José Román Flecha Andrés (Diario de León, 27-V-2023)
Es un gusto volver a leer esa joya que es “El diario de Adán y Eva”. No es solamente un delicioso relato apócrifo en el que el autor imagina y recrea los sentimientos de aquellas figuras bíblicas. Es también un pequeño ensayo de psicología diferencial. En realidad, es una reflexión, tan divertida como profunda, de las relaciones entre un hombre y una mujer.
Mark Twain sitúa a sus personajes en una zona todavía maravillosa a pesar de los fríos del norte del estado de Nueva York. Es verdad que Adán y Eva no pudieron visitar las ciudades de Buffalo y Tonawanda. Pero el autor asegura que conocían las cataratas del Niágara y la apacible costa norte del lago Erie y critica los indicadores turísticos que ahora se ven por todas partes.
Adán considera solamente pasables los fines de semana en los que no sale a reconocer los sembrados en los bosques. Pero su vida ya no es la misma desde el día en que descubre una nueva criatura de pelo largo que se parece a él y le sigue a todas partes.
No solo eso, sino que ella se empeña en sugerirle los nombres que él va imponiendo a los animales. Su espanto es dramático cuando la ve acercarse a un manzano que habría debido evitar. De repente todo cambia en el parque.
Con todo, la mayor sorpresa llega cuando descubre que ella ha encontrado un animal que él no había visto nunca por los campos. En principio le parece un pez. De hecho, trata de meterlo en el agua para observar si es capaz de nadar. No se explica el enojo de Eva cuando él trata de investigar a qué especie pertenece.
Más tarde piensa que ese animal se parece a un canguro, aunque no suele saltar como ellos saltan. Hasta llega a ponerle un nombre pretendidamente científico. Después lo considera un oso, aunque parece pertenecer a un grupo que él no ha encontrado todavía.
Al regreso de otras correrías por los bosques, se sorprende al ver que Eva ha encontrado otros animales semejantes.
Solamente diez años después Adán anota en su diario: “Son muchachos, lo descubrimos hace tiempo. Su llegada, con esa figura pequeña e inmadura, fue lo que nos confundió. No estábamos acostumbrados. También hay algunas niñas ahora. Abel es un buen chico, pero Caín hubiera hecho mejor quedándose en oso”.
Escrito en 1906, este magnífico apócrifo es inolvidable. Con ironía y ternura Mark Twain impartió una profética lección para la sociedad actual.
También hoy la pequeñez, la figura y la debilidad del niño que viene al mundo parece desconcertar a los adultos. El modo como aparece el bebé parece confundirlos. Por eso se resisten a admitir que es un ser humano. Es claro que los adultos no recuerdan el tiempo en que fueron pequeños e inmaduros.