D. José-Román Flecha Andrés (Diario de León, 07/12/2024)
La poesía clásica dedicó muchos versos a la Concepción Inmaculada de María. El pueblo asistía a los autos sacramentales, en los que se discutían las razones por las que Dios preservó del primer pecado a la que habría de ser la madre de Jesús.
Algunos de nosotros todavía recordamos la representación de “La Hidalga del Valle”, de Calderón de la Barca, en la escalonada terraza sobre los pórticos de la Catedral de León.
La belleza del escenario gótico y el encanto de aquella tarde-noche eran un marco espléndido para el diálogo teológico que el auto sacramental iba desgranando ante quienes lo seguían desde la Plaza de Regla.
La Culpa, la Naturaleza y el Furor se afanaban en afirmar la difusión universal del pecado. Entre ellos parecían entenderse bien, puesto que la Culpa y el Furor habían doblegado a la Naturaleza y esta parecía sentirse cómoda en su esclavitud.
Después la Gracia, el Amor y la Música proclamaban el misterio que se realizaba en la hija de Joaquín y Ana: “Pues victoriosos nos vemos con el eterno blasón de esta pura Concepción, al cielo mil gracias demos. Himnos en su loor cantemos por tal dicha y gloria tal. Esta Niña celestial, de los cielos escogida, es la sola concebida sin pecado original”.
Y pronto la Niña venía a enfrentarse al origen de la culpa: “El privilegio que traes tú misma, es en esta causa contra ti; pues dice él mismo, con misteriosas palabras, que habrá entre ti y la mujer disensiones y asechanzas, y que ella a poner vendrá los pies sobre tu garganta; ya se ha cumplido, pues piso tu frente, sin que tu rabia pueda atreverse a morderme, con ser víbora pisada, porque en este inmenso valle de lágrimas soy la Hidalga”.
Han pasado muchos años. En esta fiesta de la Inmaculada Concepción de María nosotros podemos intentar buscar un rincón de silencio para hacer memoria del misterio, siguiendo el soneto de Luis Rosales:
“Inmaculada tú, Virgen María, cándido huerto, celestial princesa mirada por la luz de la promesa, morena por el sol de la alegría. ¿Qué arroyo te ha enseñado la armonía de tu paso sencillo, qué sorpresa de vuelo arrepentido y nieve ilesa junta tus manos en el alba fría?
¿Qué viento turba el monte y le conmueve? Canta su gozo el alba desposada, calma su angustia el mar antiguo y bueno; la Virgen a mirarle no se atreve, canta al Señor que llora sobre el heno”.
Según Bernanos, María es la juventud y la hermosura del mundo. Es la Hidalga del Valle. Hoy como ayer, la poesía es grito y plegaría, revelación y protesta, contemplación y esperanza.