Cada día su afán – JUAN XXIII EN EL RECUERDO

José-Román Flecha Andrés (Diario de León, 03-VI-2023)

“Espero y acogeré sencilla y alegremente la llegada de la hermana muerte, según todas las circunstancias con que el Señor tenga a bien enviármela”.

Estas palabras fueron escritas por el papa Juan XXIII en Castelgandolfo, el día 12 de septiembre de 1961. Evidentemente, era bien consciente de la realidad y de la fatalidad de la muerte terrenal.

Al año siguiente por esa misma fecha estaría a punto de presidir la apertura del Concilio Vaticano II. Lo había anunciado por sorpresa el día 25 de enero de 1959, en la Basílica de San Pablo Extramuros.

Según él, había llegado la hora de abrir las ventanas para que entrara un nuevo aire en la Iglesia. Soñaba la unidad de los cristianos y esperaba un nuevo Pentecostés. La verdad es que la Iglesia entera y medio mundo siguieron con atención la preparación de aquel acontecimiento.

Sin apagarse aún el eco de la llamada “crisis de los misiles”, el día 11 de abril de 1963 se presentaba su famosa encíclica “Pacem in terris”. En ella insistía en la urgente necesidad de promover la  paz en el mundo y abolía de hecho el antiguo principio de la guerra justa. Además, el Papa ofrecía a creyentes y no creyentes una seria consideración sobre los derechos humanos y sobre los deberes que los acompañan.

El día 10 de mayo de aquel mismo año, Juan XXIII recibía el Premio de la Paz que le concedía la Fundación Internacional Eugenio Balzán. Terminada la solemne ceremonia, de la entrega del premio, el Papa se encontraba con los peregrinos en la basílica Vaticana y les decía, entre otras cosas:

“Que el Premio de la Paz le sea concedido al humilde servidor de los siervos de Dios; que una asamblea tan numerosa y tan calificada haya querido asociarse así a este acontecimiento, da pábulo a dos reflexiones: una centrada sobre la persona del Papa y otra sugerida por el cuadro majestuoso que ofrece esta reunión en la Basílica Vaticana. Y conviene que todo concluya con el himno de acción de gracias: Magnificat, magnificat anima mea Dominum!”.

Algunos de nosotros todavía recordamos que el Papa presentaba ese día un aspecto lamentable. Sabemos que sus colaboradores más cercanos insistían en decirle que se cuidara y que se “ahorrara” un poco más. Se cuenta que él solía responder: “Y un papa que se ahorra, ¿para que puede servir?”

Pues bien, en la tarde del día 3 de junio de 1963, moría Angelo Giuseppe Roncalli, que como papa Juan XXIII había dado a toda la comunidad cristiana un ejemplo impagable de coherencia y al mundo entero un testimonio creíble de bondad.

A sesenta años de su muerte, no podemos olvidar el valor de sus enseñanzas y el servicio evangélico que prestó a la Iglesia y al mundo entero.