«Año de la esperanza»

Queridos hermanos y hermanas:

2025 ha llegado en lo que será, con toda certeza, «año de la esperanza». No en vano el Jubileo Ordinario nos bautiza como «peregrinos de esperanza». En medio de ocupaciones y preocupaciones cotidianas, de desesperanzas que acechan a toda la humanidad, con el impulso del Tiempo de Adviento, hemos abierto en Navidad la puerta de la esperanza al mundo entero.

El papa Francisco nos decía en Nochebuena que Dios se dirige a cada uno para comunicarle personalmente que hay esperanza y que para recuperar la esperanza perdida es necesario renovarla en el interior y sembrarla en las desolaciones de estos tiempos (cf. Francisco, Homilía Apertura Puerta Santa y Misa de Nochebuena, 24.12.2024). Con este anuncio bien podemos considerarnos, además de peregrinos, misioneros de esperanza.

Mientras peregrinamos al encuentro de Dios hecho hombre, esperanza que no defrauda, hemos de sembrar semillas de esperanza, liberándonos de toda sombra de mediocridad para comprometernos en la denuncia de lo que no está bien y en la conversión del propio corazón y del de la humanidad herida.

No podemos permanecer dormidos o indiferentes ante las desgracias que asolan la tierra ni ante los desafíos que tenemos como Iglesia, pueblo de la esperanza. Necesitamos vivir desde lo hondo del corazón la alegría del encuentro con Jesucristo y contagiarla. Que este año sea nuestra consigna personal y comunitaria ser peregrinos y misioneros de esperanza «como granos que hacen el mismo pan».

En distintas celebraciones de reconciliación y acción de gracias, así como en obras de misericordia jubilares, recibiremos el don de la gracia divina. Un don que nos ayudará en la tarea de levantarnos de cualquier postración para descubrirnos personas nuevas, renovando así lo que ya somos por nuestro bautismo. La novedad de la vida en Cristo nos impulsa a ser hombres y mujeres de esperanza.

Dispongámonos a vivir un año abiertos de par en par a la esperanza del Evangelio, del amor, de la alegría, del perdón, de la fraternidad. Traspasemos la puerta santa de Cristo, Spes non confundit (cf. Rm 5,5), al mismo tiempo que descorremos el pestillo de la puerta de nuestro corazón al Señor, que está de pie y llama con la intención de que escuchemos su voz y le abramos para entrar y cenar juntos el pan de la esperanza (cf. Ap 3,20).

Con mi afecto y bendición.

✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León