«El camino sinodal hacia las bienaventuranzas»
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Queridos hermanos y hermanas. Nuestro mundo no deja la tristeza y el dolor, como acabamos de sufrir con las dramáticas consecuencias de la DANA: fallecidos y sus familias, damnificados y pérdidas de todo tipo. En medio del llanto la festividad de Todos los Santos dirige nuestra mirada hacia un cielo nuevo y una tierra nueva. Allí nos encaminamos desde la gran tribulación en la que vivimos con el extraordinario milagro de blanquear nuestras vestiduras con la Sangre del Cordero que lava todo pecado y limpia las lágrimas de cualquier sufrimiento.
Esta visión llena de luz y esperanza está confirmada por Dios Padre que nos tiene tanto amor que nos ha llamado hijos suyos y aún esperamos un don mayor: ser semejantes a él cuando le veamos tal cual es.
Queremos esperar en él como han esperado los bienaventurados que hoy ya contemplan su rostro, igual que confiamos llegar a contemplarlo nosotros. Para esperar y llegar a una meta tan gloriosa, el Señor nos ha propuesto el camino de las bienaventuranzas, que hoy nos disponemos a transitar sinodalmente «como granos que hacen el mismo pan».
Recorrer ese camino parte de la conciencia de que ya somos bienaventurados, porque hemos heredado el reino de los cielos como comunidad de discípulos de Jesús. Después, son precisos algunos modos de ser y obrar que el Maestro desgrana y nos invita a vivir en relación con Dios y con los hermanos: pobres de espíritu, pacíficos, con lágrimas compasivas, con hambre y sed de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, trabajadores de la paz, comunidad perseguida por ser defensores de la justicia.
La pobreza subraya el fundamento de la verdadera relación con Dios. Aceptar las lágrimas es signo de un corazón de carne, compasivo. La bondad y la mansedumbre hacen frente a cualquier abuso y opresión. El hambre y la sed de la justicia con Dios y con el prójimo indica interés, preocupación y compromiso. Ser misericordiosos es ser buenos samaritanos que perdonan y restauran la comunión rota. El corazón limpio es garante de las aspiraciones honestas. Ser trabajadores de la paz es consecuencia de ser y obrar con las anteriores bienaventuranzas para unirse a Dios y a los hermanos con amor y armonía. Luchar por la justicia es cumplir la voluntad de Dios, cosa que siempre trae persecución.
Este es un camino de liberación, que no puede andar un discípulo de Jesús en solitario, ni acumulando méritos propios. Este camino hacia las bienaventuranzas es un camino sinodal para trazarlo y caminarlo «como granos que hacen el mismo pan» con Dios y con las personas bienaventuradas de la puerta de al lado.
Que el banquete eucarístico nos dé fuerza para avanzar en el camino sinodal hacia las bienaventuranzas.
Amén.