2024 – Misa Rito Hispano Mozárabe en Adviento

«Santa María, Madre de Dios, Reina de la Paz»

✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León

Hermanos y hermanas, es inminente la celebración del Nacimiento del Salvador. Nos apremia abrirle las puertas de nuestras vidas para que entre en nuestra morada y coma con nosotros. Santa María, Madre de Dios, que concibió fe y alegría en la Anunciación, nos conduce hacia la celebración del momento en el que Dios envía a su Hijo nacido de mujer, como anuncian los profetas.

Miqueas, igual que Isaías, profetiza con esperanza la venida del Mesías, Príncipe de la Paz, artífice del camino que lleva a forjar arados de las espadas y de las lanzas podaderas, de modo que no alce la espada pueblo contra pueblo, hombre contra hombre. No debería ser de otro modo desde que hemos sido revestidos de Cristo y no somos esclavos, sino hijos de Dios y herederos de su Reino de paz, justicia y amor que llega a nosotros por el sí de la Virgen Madre, Reina de la Paz.

La «Llena de Gracia» (kecharitoméne), «amada» por Dios (cf. Lc 1,28), dispuesta a cumplir la voluntad del Padre, nos muestra la senda por la que hemos de caminar «como granos que hacen el mismo pan» los hijos y herederos. La senda de la alegría, la humildad y la misericordia que lleva a derribar y abajarse de los tronos de poder opresor y colmar de bienes a los hambrientos.

En esta celebración de la Madre de Dios, Virgen de la Expectación, de la Esperanza, Nuestra Señora de la O, el texto de la Anunciación nos presenta cómo todo en la Iglesia se remonta a ese misterio de acogida del Verbo divino, donde, por obra del Espíritu Santo, se selló de modo perfecto la alianza nueva y definitiva entre Dios y la humanidad, de modo que cambia el orden de este mundo porque el Todopoderoso hace obras grandes en quien le acoge, como Santa María, su Madre y nuestra Madre.

Por eso, estamos llamados a descubrir a la Iglesia pueblo de Dios, pueblo de la esperanza y de la alegría bajo el manto de la Virgen María. Un manto bordado con el hilo de oro de su «sí» a la voluntad de Dios al que no estaremos nunca suficientemente agradecidos y debe inspirar nuestro sí al orden nuevo que describe el Magníficat.

Desde el amor a la Virgen María, acojamos al Salvador que hace obras grandes, alentados por las palabras de la Constitución Apostólica Lumen gentium que nos presenta a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, como luz en nuestro peregrinar, «signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 P 3,10)» (LG 68) que anhelamos alegres y esperanzados.

Amén.