“Pascua que disipa todo temor”
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Hermanas y hermanos, la Misa de la Cena del Señor es memoria de la Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio Ministerial, así como del Amor Fraterno. Esta celebración que inicia el Triduo Pascual nos ofrece un denso y riquísimo contenido que reconforta nuestra comunidad eclesial, «pequeño rebaño» amado con exceso por Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, Buen Pastor y Buen Samaritano.
La lectura del Libro del Éxodo nos sitúa en la Pascua, sin miedo ni llanto. «Nada hemos de temer» porque recibimos el amor más grande en la nueva Pascua, la de Jesús, la del Hombre Nuevo. Dios entrega su Unigénito a la muerte y una muerte en cruz para que todos tengamos vida abundante. Esta Pascua supera aquella otra del pueblo de Israel sin que sepamos cómo pagar al Señor todo el bien que nos ha hecho, nos hace y nos hará. Un bien que queda recogido en la tradición que recibe Pablo y narra en la primera carta a los Corintios como signo de la esperanzadora y definitiva Nueva Alianza que Jesús nos da a beber.
La presencia, palabras y gestos de Jesús en la última cena, su Pascua, resumen de su paso por la vida de sus discípulos, disipa todo temor. Esas últimas horas Jesús les explica lo que será de ellos en el futuro. Y, por consiguiente, nos lo explica a nosotros pidiendo que formemos un solo cuerpo por el amor de su entrega en el pan y en el vino. Como un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo, hoy escuchamos su voz que nos dice: «No temas» (cf. Lc 12,32). Su palabra surte efecto mirando al futuro, sin que se pierda ninguna letra ni tilde del pasado ni, por supuesto, de la despedida. Tampoco se olvidarán los gestos, singularmente el lavatorio, que no es un discurso, sino un coloquio con Pedro para vencer su resistencia y frenar su exceso de celo.
Pedro comprende y acepta que Jesús, con la entrega de su vida lleva al culmen su amor y su obra. Además, experimenta que estar unido a Jesús tiene un valor supremo y lo quiere y desea, aunque no entienda completamente al Maestro, al Mesías, al Señor. Nosotros estamos urgidos, como Pedro, a comprender, aceptar, querer vivir unidos al Señor y seguir su ejemplo. Como bautizados, uno a uno, y como Cuerpo místico de Cristo que nada ha de temer; que ha de cuidar de los más necesitados; que ha de crecer en el amor fraterno y en la Eucaristía y que ha de agradecer y promover las vocaciones al sacerdocio ministerial.
El lavatorio que vamos a rememorar ahora y especialmente el sacrificio eucarístico, nos ayudarán a seguir los pasos de Pedro y de los demás discípulos de Jesús. No son tan distintos a nosotros; no somos tan distintos a ellos. Abramos las puertas al Señor para dejarnos lavar los pies, tomar y comer su Cuerpo, cenar con Él la cena de la salvación; para acoger, vivir y anunciar la Pascua de Cristo que disipa todo temor.
Amén.