✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Hermanos, hermanas, los discípulos de Jesús somos misioneros y queremos compartirlo. Es lo que esta Jornada de la Infancia Misionera pretende con los niños, de forma que vayan sintiéndose misioneros. Todos podemos ayudarles a hacer este feliz descubrimiento.
En este mismo sentido hoy, la Palabra de Dios, que siempre nos lleva al encuentro con el Señor Jesús, nos invita a anunciar a otros que pueden hallarle igualmente a él. Así mostraremos el camino para el encuentro con el Cordero de Dios como hace Juan Bautista, siguiendo el lema de esta Jornada: «Comparto lo que soy», “compartimos lo que somos”.
Un compartir que será más evangélico y testimonial si nos hacemos como niños, tal y como dice Jesús, para escuchar la voz de Dios, como el niño Samuel, convertirnos y entrar en el reino de los cielos, donde el que se haga pequeño como un niño es el más grande, según escuchamos en el evangelio de Mateo (cf. Mt 18, 3-4).
Ciertamente cuando conocemos a Jesús siendo niños, vivimos una ilusión desbordante. Es un conocimiento bonito, lleno de vida y alegría, diferente en sus formas externas al que tenemos los adultos, pero apropiado a la hondura y riqueza de la niñez que podemos desarrollar después como infancia espiritual.
Tendríamos que escuchar mejor los mayores a Jesús y hacernos como niños para volver a encontrarnos con él desde la simplicidad infantil que enciende el corazón en cariño y atención al Señor que quiere siempre nuestro bien, el de nuestros seres queridos y el de toda la humanidad.
Con la sencillez de niños y la conciencia del compromiso de adultos podemos repetir una y otra vez con gozo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, como dijo Samuel y reza el salmo 39.
Además, nos queda el consuelo de interiorizar y hacer la voluntad del Padre como el Hijo, Jesucristo, y como otros discípulos suyos, de modo que busquemos y realicemos los planes de Dios unidos como hermanos. Algo que, como seguidores de Jesús nos permite acercarnos a él, conocerle, ver dónde vive y quedarnos con él. Con esa experiencia podemos imitar al apóstol Andrés y guiar a otras personas hasta Jesús, para que le encuentren y conozcan, como él hizo con su hermano Simón, a quien el Maestro llamó Pedro.
Pidamos en esta celebración eucarística que tengamos el coraje de hacernos como niños para distinguir la voz de Dios, comprender cuál es su voluntad, vivir con la sencillez de los pequeños del reino y, así, dar testimonio de Cristo ante quien nos encontremos.
Pensemos bien el compromiso: «Comparto lo que soy», es decir, discípulo misionero de Jesús, dándole a conocer a quienes no han tenido la suerte de encontrarse con él. Ante un mundo necesitado de Dios y de su amor, con hambre, guerras, injusticias, falta de medios para la educación y la sanidad, trabajemos para que haya cada vez más hombres y mujeres, misioneros de Jesús, niños y adultos, personas de amor, paz, justicia y fraternidad, como Jesucristo nos enseña a serlo y compartirlo. Amén.