«Alegraos en el Señor, Príncipe de la Paz, al que esperáis»
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Hermanos y hermanas, el domingo Gaudete, tercero de Adviento, nos invita a prepararnos con alegría para la celebración de la Navidad. El Señor ya está cerca y nos alegra.
La lectura del profeta Sofonías, a través de la imagen de la ciudad de Jerusalén, anuncia la condición de ser pueblo de la alegría, si queremos ser pueblo de Dios que construye la paz, ese don que tanto nos hace falta en el mundo y en el corazón de cada persona humana.
En medio de la adversidad, probablemente en la cárcel, san Pablo escribe a los Filipenses y a nosotros para darnos ánimo porque el Señor está cerca, viene a nuestro corazón y nos llena de amor y de una paz dichosa que no parecen de este mundo. Algo que podemos experimentar en la oración y en la celebración de la eucaristía, pero también en cualquier otro momento sencillo de la vida.
La alegría que nace de la esperanza es propia de Adviento. Es signo de paz verdadera, de sosiego, como experimentan los santos y, por supuesto, santa Lucía, vuestra patrona, amigos de la ONCE. En medio del martirio, cuando sus verdugos le arrancaron los ojos, no pudieron arrebatarle la paz, porque no podían quitarle los ojos de la fe. Como Pablo a los Filipenses, nuestra santa nos dice en medio del dolor y la oscuridad: Alegraos siempre en el Señor. Nada os preocupe. La paz de Dios custodiará vuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús (cf. Flp 4,4-7).
Así vuestra patrona santa Lucía, es motivo de orgullo y esperanza al tiempo que modelo, no solo para vosotros sino para todos los cristianos. Pensando en ella y en el Señor, que todo lo puede, la fuerza de la alegría, fruto de la esperanza, debe estar en vuestras vidas cotidianamente para alentaros. Pero también para ayudar a otros, siendo caritativos y solidarios sin esperar nada a cambio. Así, la alegría y el amor fraterno se convierten en nuestra divisa y nos constituyen testigos del Salvador que anunciaron los profetas y Juan Bautista, que nos invita a llevar una vida justa y a esperar al Mesías que trae el Reino de Dios.
Que sigáis sintiendo la compañía y el consuelo de la Virgen del Camino, Causa de nuestra alegría, de santa Lucía y de san Isidoro, y os apoyéis en los hermanos para caminar juntos. Hacedlo con toda la Iglesia, como pueblo de la alegría y trabajemos juntos para logar la comunión y desarrollar la misión con el esfuerzo personal, pero siempre «como granos que hacen el mismo pan». Amén.