2024 – Encuentros Cuaresmales

«Reconciliación: el Perdón que se hace Vida»

✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León

El perdón se hace vida, hermanos y hermanas. Cuando Jesús cura al paralítico en el evangelio de Mateo le dice «¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados» (Mt 9,2). Y a continuación les dice a los escribas que piensan mal en sus corazones: «¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —entonces dice al paralítico—: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”» (Mt 9, 5-6).

Lo mismo narra san Marcos en la curación del paralítico que descuelgan por el tejado.

El Señor identifica el perdón de los pecados con la curación, con la vida. Hoy os invito a descubrirlo de un modo peculiar y único en el pasaje de la mujer sorprendida en flagrante adulterio que acabamos de escuchar.

Un poco antes, fiel a su vida orante, Jesús ha pasado la noche a solas con su Padre Dios. Lleno del Espíritu Santo es enviado a proclamar la libertad a los cautivos, pero los escribas y fariseos le interrumpen su camino misionero. Preocupados por sorprender y acusar a Jesús le presentan este caso de condena según la ley de Moisés. Irrefutable. La mujer ha de morir apedreada. No hay otra opción. La muerte es la consecuencia de este pecado. ¿Se va a atrever Jesús a dictar otra sentencia?

Miremos a la mujer. En medio de aquella acusación pública es fácil pensar que experimentara la muerte a causa la humillación con la angustia de un cruel final de su vida. Incluso lo que escribe Jesús podría parecerle a ella una ratificación de la condena. La ley es clara.

Los acusadores no solo quieren la muerte de la mujer —no que se convierta y viva—, también buscan la muerte del justo, de Jesús, y exigen una respuesta de muerte conforme a su proceder mortal. Es lo que domina esta escena.

Pero Jesús sorprende con la vida a quienes han sorprendido y a la sorprendida en el pecado y la muerte. ¿Quiénes sois vosotros para condenar y matar, olvidando vuestros pecados y vuestra propia necesidad de misericordia y perdón, es decir, de vida? Entonces se van retirando, conscientes de su pecado y falta de vida o simplemente temerosos.

¿Y nosotros? ¿Somos conscientes de nuestra carencia de vida, es decir, de nuestro pecado?

¿Buscamos la justicia misericordiosa de Dios que abraza y cura el corazón herido y arrepentido?

Reconozcamos nuestras muertes, nuestro pecado, para quedarnos junto a Jesús como la mujer, en lugar de retirarnos para seguir empecinados en un camino lejos de Dios sin respirar conversión.

Quedémonos junto a Jesús para buscar al Padre por medio de Él, sobre todo cuando la falta de misericordia nos envuelve, cuando no buscamos justicia sino favoritismos mientras dejamos que otros sufran.

Postrémonos ante el Maestro para pedir perdón por utilizar los mandamientos a nuestra conveniencia o envejecer en pecado y condena, en injusticia y muerte.

Permanezcamos junto al Señor, sintiendo el corazón palpitante de la mujer pecadora, porque somos pecadores como ella, pero esperamos escuchar la palabra de perdón de Jesús que es palabra de vida para que tengamos una vida abundante.

Arrepentidos con el dolor del pecado que se asemeja a la muerte, busquemos y esperemos el gozo de la misericordia de Dios que nos llenará de vida y esperanza al escuchar: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8,11).

El que quiere que el pecador se convierta y viva nos invita a dejar las tinieblas del pecado y de la muerte para caminar siguiéndole a Él, luz del mundo, y tener la luz de la vida (cf. Jn 8,12).