«Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor»
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Queridos hermanos y hermanas, la certeza de morir nos entristece. Más aún, como expresa magistralmente el libro de las Lamentaciones en los versículos que hemos escuchado hoy, podemos perder la paz, olvidar la dicha, experimentar que sucumbe la esperanza y nos invade la desolación.
Así nos sentimos cuando pensamos en la muerte y muere un ser querido y es lo que han experimentado hermanos nuestros golpeados por la DANA estos días pasados. Nos unimos a ellos y oramos por el eterno descanso de los fallecidos en esta tragedia, como lo hacemos por todas las víctimas de desastres, guerras y dramas humanos.
Pues bien, en medio de la aflicción, del veneno del dolor, como dice el autor del libro de las Lamentaciones, viene a la memoria algo que nos invita a esperar.
Recordamos que no se agota la bondad del Señor, que su misericordia no se acaba y se renueva cada mañana. Es bueno, nos hace bien, esperar la salvación del Señor en silencio, sin voces ni reclamos que desvían la atención del corazón y el querer de la voluntad. Él nos da confianza y buscarle a él nos devuelve la esperanza, aunque sea todavía con lágrimas.
Por eso, como hemos cantado con el salmo, desde lo hondo gritamos al Señor, esperamos en su palabra (cf. Sal 129) y nos da serenidad escuchar que no se turbe nuestro corazón y creamos en él, porque nos ha preparado sitio en la casa del Padre. Nos consuela la promesa de vivir con el Señor por años sin término (cf. Sal 22), confiando que de él viene la misericordia, la redención copiosa (cf. Sal 129).
Que el memorial de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo renueve nuestra confianza y esperanza en Dios con el horizonte de unidad de nuestra Iglesia peregrina y la misión de caminar hacia la eternidad «como granos que hacen el mismo pan» de vida.
Oremos por nuestros hermanos difuntos confiando en el Corazón de la Virgen del Camino que nos da consuelo y esperanza. Pidamos para ellos la acogedora misericordia del Padre revelada en Jesucristo crucificado, muerto, desenclavado, sepultado y resucitado.
Amén.