“Caudal de luz y ríos de alegría”
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Hemos recibido el fuego de la luz que ha llegado hasta la catedral para encender el cirio pascual. Ha sido como un caudal luminoso por el que nos han alcanzado los ríos de la alegría en esta noche santa, tras los días de la pasión y muerte de Jesús. Hoy festejamos la vida nueva en la resurrección de Jesús que disipa las sombras de la noche con la luz y la fuerza de estos ríos de la alegría pascual.
Agradezcamos al Señor Jesús que, con su inmenso amor por la humanidad, no se ha salvado a sí mismo bajando de la cruz, sino que, permaneciendo en ella, para escándalo de muchos, nos ha salvado a todos.
Movidas por el amor y la gratitud que han conocido por el Maestro, las mujeres que van a la tumba sufren el temblor de la tierra y escuchan que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos; lo que confirman en el encuentro con el Señor, lleno de luz y nueva vida.
Damos gracias a Dios que por su Palabra nos recuerda cómo ha ido guiando la historia de la salvación desde la Creación hasta hoy. Es el Dios de los cuidados.
Hermanos y hermanas, experimentemos la alegría profunda de esta noche de luz pascual, de cantos de alegría por el poder de Dios a favor de su Hijo para la salvación de su pueblo.
Como las primeras testigos de la resurrección, emprendamos el camino del anuncio de esta buena noticia que supone la destrucción de la muerte terrenal, especialmente para las innumerables víctimas de la violencia, de la guerra, de toda injusticia.
El Resucitado es para todos nosotros el Maestro definitivo a quien encontraremos siempre cuando lo necesitemos para orientarnos en el camino de la vida, para poner luz en la oscuridad y alegría en la tristeza. Él se apiada de la debilidad de todos sus seguidores y nunca excluye a ninguno por ninguna causa, aunque le traicionemos. El perdón que el Maestro nos otorga es también fuente de ríos de alegría, como lo es la certeza de que sigue con nosotros hasta el final.
Hermanos y hermanas, quien experimenta lo acontecido en Jesús, no puede más que alegrarse. Que este banquete pascual del pan y del vino nos sacie, porque el que fue crucificado ha sido resucitado por Dios en una vida nueva que colma nuestra sed de inmensa e imperecedera alegría.
Amén.