✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Ilmo. Sr. Abad y Cabildo de San Isidoro, Hno. Abad y Cabildo de la Muy Ilustre Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro, Sr. Alcalde de León y demás autoridades, queridos hermanas y hermanos todos.
La luz de Cristo irradia la tierra. Ante todo, sobre la Sagrada Familia de Nazaret: María y José son iluminados por la presencia divina del Niño Jesús. Después, el ángel envuelto de luz anuncia el nacimiento del Salvador a los pastores y hoy celebramos que esta luz llega al orbe entero.
Acogiendo la exhortación de la lectura de Isaías, la solemnidad de la Epifanía es un día para levantarnos y resplandecer como pueblo que recibe la luz de Dios en Jesús.
Efectivamente, cuando percibimos que nos envuelven las tinieblas, la actitud del corazón conviene que sea la de levantar la vista para salir de la oscuridad. Como dice Isaías: «Entonces lo verás y estarás radiante; tu corazón se asombrará, ensanchará» (Is 60, 5).
El recientemente fallecido Benedicto XVI afirma que la luz que apareció en Navidad y se manifiesta a las naciones es el amor de Dios, revelado en el Niño. Esa luz que es amor atrae a los Magos de Oriente.
Muchos líderes de las naciones, como hicieron en su tiempo los reyes de León, buscan el bienestar de sus pueblos y, cada vez más, el de todas las naciones, pues compartimos necesidades y recursos y sabemos que nos necesitamos.
Todos estamos llamados a colaborar solidariamente en el bien común y en la superación de los dramas de la humanidad. Pero solo Dios tiene la luz que da sentido y aliento el caminar de la persona humana hacia la plenitud. Y esa luz es el amor más grande y puro jamás conocido: el que se manifiesta en el Niño Dios y toda persona tiene el derecho de conocer y puede adorar para seguir su camino hacia el destino definitivo de felicidad en el reino eterno.
El amor del Señor, con el que nosotros podemos amar, es la luz que disipa las tinieblas. Su manantial es Dios y el Verbo encarnado se presenta al mundo como principio de reconciliación y recapitulación universal.
Cristo es la meta final de la historia con un providencial camino de salvación que culmina en su muerte y resurrección. El Salvador del mundo se manifiesta en la humildad de un niño que termina su vida terrena en la ignominia de la cruz. Esta paradoja cristiana nos da a conocer cómo es Dios verdaderamente, conscientes de que su luz es su amor y su amor ilumina, consuela, sana y da calor a los corazones humanos.
En esta fiesta de la Epifanía del Señor se muestra también el misterio y la dimensión misionera de la Iglesia, de cada uno de nosotros, sus miembros, de forma que la luz de Cristo, el amor de Dios, brille en el mundo entero. Pues, como dice la carta de Pablo a los Efesios, todos los hombres somos coherederos de la promesa de la salvación hecha en Jesucristo que es promesa de luz y de amor.
Aunque nos sintamos pequeños y pecadores, pues lo somos, debemos confiar en Cristo que, por medio de su Espíritu Santo, puede darse a conocer a través de nosotros. Él transforma nuestras miserias en riquezas para los demás siempre que, como María Virgen, estemos disponibles para que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros y acojamos la gracia del Señor, luz del mundo, amor misericordioso del Padre, meta final de los tiempos.
Se lo pedimos al Niño Dios como don que queremos pedir para los hermanos y recibir cada uno por medio de esta Eucaristía.
Amén.