«Sal y Luz sacerdotales para la comunión»
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Queridos hermanos, con gozo agradecemos al Señor el modelo de vida de san Juan de Ávila y el regalo de estos hermanos nuestros, que, creyendo en Jesucristo, escuchándole y siguiéndole, celebran sus bodas sacerdotales.
Damos gracias a Dios por Pedro y Teodoro en sus bodas de oro, por Iñaqui, José Ángel y Ángel, en sus bodas de plata, así como por nuestros hermanos difuntos Benito Bermejo, Javier Carande, Juan José Cuevas, Juan Manuel Fernández, Jesús Fernández y Antonio Recio. En todos ellos nos vemos los demás reflejados, agradecidos y esperanzados.
Hemos sido llamados a ser hombres de “sal y luz” sacerdotales para edificar la comunión, por nuestra amistad con Cristo Sacerdote, el Buen Pastor y Buen Samaritano, modelo y molde para el servicio del sacerdocio ministerial en el pueblo de Dios, la Iglesia.
Para san Juan de Ávila el sacerdocio y la Iglesia están unidos en ese amor entrañable a Cristo Sacerdote que nosotros somos exhortados a acoger, cultivar, acrecentar y transmitir gratuitamente hasta exclamar como el santo: «A grande amor de Cristo, grande también el del santo y humilde sacerdote» (Tratado del Amor de Dios, Introducción de la edición de la B.A.C. Madrid, 2001, Vol. I.).
Por ese amor en el que queremos permanecer, seremos sal y luz como hombres que se caracterizan por vivir y promover la comunión fraterna, amando con la medida de Cristo y, por supuesto, respondiendo a la vocación a la santidad y a la humildad, ambas indisolublemente unidas en la vida y el ejercicio del sacerdocio ministerial.
Benedicto XVI, en su Carta Apostólica por la que se proclama a san Juan de Ávila Doctor de la Iglesia Universal señaló que «La afirmación central del Maestro Ávila es que los sacerdotes, «en la misa nos ponemos en el altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor» (Carta 157), y que actuar in persona Christi supone encarnar, con humildad, el amor paterno y materno de Dios» (Benedicto XVI, Carta Apostólica por la que se proclama a san Juan de Ávila Doctor de la Iglesia Universal, 7 de octubre de 2012, n. 6).
Repasando nuestra vida sacerdotal, bien podemos agradecer tantos dones recibidos, por los cuales encarnamos, con humildad, el amor paterno y materno de Dios actuando in persona Christi. Lo cual nos exige profundizar en la Palabra y la Eucaristía, ser pobres de espíritu, continuar nuestra formación y por supuesto, orar incesantemente. La oración es expresión inequívoca de amor a los hermanos y a la Iglesia, esposa de Cristo sacerdote.
Encarnar el amor materno y paterno de Dios también nos lleva a superar las divisiones y edificar la comunión entre los hermanos, tal y como acontece por nuestra mediación en cada Eucaristía y es para nosotros camino de santidad. La santidad sacerdotal es imprescindible para reformar la Iglesia, piensa con toda sensatez san Juan de Ávila.
La historia de nuestro sacerdocio ministerial, en especial la de los que lleváis más años, ha sido de zozobra en un mar proceloso, pero no es una historia de naufragio ni de deriva continua. Con otras problemáticas, en su contexto histórico, san Juan de Ávila y los sacerdotes de su época también padecieron desasosiego.
Sin embargo, más allá de las dificultades, Dios continúa su obra, a la que nos ha incorporado a nosotros por pura gracia y hoy, como ayer y como siempre, estamos llamados a ser sal que sala y luz que brilla con humildad para que todos seamos uno y el mundo crea (cf. Jn 17,21). Por la fe que hemos recibido, con el amor de Cristo Sacerdote, podemos caminar en esperanza y ofrecer a nuestros hermanos y hermanas del resto del pueblo de Dios la luz y la sal de un ministerio de comunión a su servicio, para edificar la comunidad cristiana con piedras vivas que se necesitan mutuamente y se van ensamblando con el amor de Dios y el don de la unidad en torno a la piedra angular.
La celebración de la Eucaristía es expresión viva de esta Iglesia que queremos edificar en la que nuestro ministerio in persona Christi es sacrificio que realizamos voluntariamente para fomentar la comunión fraterna y acercar a muchos al Salvador, Cristo sacerdote, Buen Pastor, Buen Samaritano. Seamos hombres de comunión y dejemos que todos le vean a Él a través de nosotros. Amén.