✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Hermanos y hermanas, alegraos, celebramos la Pascua de Resurrección. Cristo ha resucitado y corren ríos de alegría. Hace unos momentos, hemos evocado el encuentro de Jesús Resucitado con la Virgen de la Alegría, su Madre y madre de todos los hombres. En esta hermosa y soleada mañana de Resurrección, creemos que Cristo Vivo permanece con nosotros y nosotros queremos permanecer con Él siempre.
Lo expresa con toda su fuerza san Pablo en la carta a los Colosenses recordándonos que ya gozamos de la vida nueva, aunque no hayamos alcanzado su plenitud: «vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, […] entonces también vosotros apareceréis gloriosos» (Col 3,4). Así estaremos escondidos en Dios y seremos gloriosos en Él.
La resurrección de Jesús implica un cambio profundo en su destino y en la relación de sus discípulos con él, que pasa por entender la profecía salvífica de la Escritura. «Hasta entonces no habían entendido […] que él había de resucitar de entre los muertos» (Jn 20,9). Es real que Jesús vence la rigidez de la muerte, se levanta y entra en la vida eterna con Dios.
El sepulcro no es el final de la historia de Jesús ni de la nuestra cuando se comprende la Escritura. Porque en esa comprensión se descubre, con alegría y esperanza, que Jesús ha resucitado y nosotros resucitaremos con Él.
Ciertamente, no es un entendimiento que llegue a todos al mismo tiempo, como un signo extraordinario, sino que cada discípulo lo va descubriendo en su momento y experimenta un proceso personal y peculiar de fe y encuentro con el Resucitado.
Igual que Pedro, María Magdalena y el otro discípulo que Jesús tanto quería, cada uno de nosotros tenemos procesos y momentos diversos de fe pascual y encuentro transformador con Cristo Vivo.
Hermanos y hermanas, con paciencia y esperanza vayamos encontrando, cada uno a su ritmo, con la inestimable ayuda de los hermanos, los ríos de la Alegría de la Resurrección.
Así, podremos dar testimonio de «Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10,38).
Sin duda, quien ha resucitado a Jesucristo de entre los muertos es un Dios de vivos, que nos impulsa a vivir intensa y gozosamente la vida, ofreciendo a todas las gentes participar en los torrentes de la alegría pascual.
¡Verdaderamente, Cristo ha resucitado! ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!
Os deseo que lo experimentéis en la fe, en el amor y en la esperanza para siempre.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Amén.