“El banquete de nuestra alegría”
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Celebramos la Misa de la Cena del Señor en su pasión dando inicio al Triduo Pascual. La Institución de la Eucaristía y del sacerdocio de servicio ministerial, así como el amor fraterno en actitud de lavatorio con los hermanos, llenan de contenido e intensidad esta celebración.
Todo ello se da en la hora que Dios ha establecido para Jesús, que es la hora de la salvación para la humanidad. Hora de entrega y hora de redención. Hora en la que el Hijo vuelve a la casa del Padre indicándonos el camino. Hora en la que Él ofrece la máxima prueba de su amor y en la que su amor llega a perfecto cumplimiento. Hora en la que, con inevitable abatimiento y dolor humanos, Jesús se convierte en el manantial perenne de las aguas de nuestra alegría con corrientes vivas de consuelo y esperanza.
El marco en el que se da esta “Hora de Jesús y de la humanidad” es el banquete en el que queda simbolizada la entrega y la comunión de vida, la intimidad con Él. Es la mesa de nuestro gozo compartido.
Para vivir y comprender la unión incomparable con Dios, fuente de alegría, debemos dejar que Él nos lave los pies y estar dispuestos a lavar los pies a los demás. Algo que, como le pide el Maestro a Pedro, hemos de realizar sin excusas quienes hemos sido llamados al sacerdocio ministerial, porque somos testigos y servidores de vuestra alegría, hermanos y hermanas.
Este banquete eucarístico en memoria de la última cena de Jesús, fuente de los ríos de nuestra alegría cristiana, nos fortalece y sacia para vivir la comunión fraterna y realizar el lavatorio que nos une en caridad. Un gesto que transforma este mundo con más relevancia que las necesarias campañas de caridad de la Iglesia para los hermanos necesitados, como la que hoy nos invita a hacer Cáritas. Lavar los pies de los hermanos y dejarnos lavar es una actitud imprescindible en el camino de fraternidad cristiana y universal, aunque no nos sintamos dignos.
Hermanos y hermanas, el banquete de nuestra salvación, con el lavatorio que vamos a realizar ahora a estos doce hermanos y hermanas, nos dan la verdadera y profunda alegría. La que nada ni nadie nos podrá quitar porque está sellada con el pan de la vida abundante y el amor fraterno.
Esto es lo que queremos celebrar hoy ardientemente cuando hacemos lo mismo que Jesucristo hizo la tarde del Jueves Santo y no nos cansamos de repetirlo en memoria suya. Felizmente llama a nuestra puerta para cenar con nosotros y sabemos que ni un sólo momento compartido con alguien nos producirá mayor alegría que la cena con Él.
Gracias, Señor Jesús, Cristo del lavatorio, Sumo y Eterno Sacerdote, Amor de los amores, por querer compartir tu Cena con nosotros.
Amén.