«Para que podamos iluminar a otros»
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Queridos hermanos y hermanas. Comenzábamos esta asamblea el martes recordando que somos luz en el Señor (cf. Ef 5,8), continuamos ayer acogiendo la exhortación a vivir como hijos e hijas de la luz (cf. Ef 4,8) y concluimos hoy afirmando que hemos de vivir así “para que podamos iluminar a otros” (cf. 2 Cor 4,6).
Somos buscadores de luz que la entregan en cuanto la han encontrado. Al tiempo que la recibimos sabemos que es para darla generosa y desprendidamente y cuanto más espléndidos somos con los demás, más luz hallamos nosotros en el Señor.
Esa es la luz que recibe Pablo, de modo que es juzgado porque espera la resurrección de los muertos (cf. Hch 23,6). Así pues, es juzgado porque vive con esperanza.
Y vivir esperanzado le constituye en testigo del Resucitado. Por eso, el mismo Jesucristo vivo le envía a dar ese testimonio, a dar luz en otro lugar, con riesgo de martirio: la Roma de aquel momento.
Si estamos dispuestos a ser testigos de la luz, rostros de la Luz, debemos estar dispuestos a que el Señor Jesús nos envíe donde no se conoce su nombre, donde se vive sin esperanza, donde no hay vida y donde, por tanto, los rostros de la Luz corren el riesgo de ser desfigurados como lo fue el rostro del varón de dolores, que no parecía hombre, despreciado y desestimado (cf. Is 53 2-3).
Pero además el testimonio de la luz y de la esperanza es testimonio de unidad, como parece implorar con urgencia la oración del evangelio de Juan que hemos escuchado hoy: «para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21).
Dice san Gregorio de Nisa que «el vínculo de esta unidad es la gloria» que nos da Dios al enviarnos el Espíritu Santo. Renovemos nuestra fe en el Espíritu para que nos conceda la unidad y edifiquemos la Iglesia de comunión, en la sinodalidad que estamos recuperando.
Quedémonos cerca del Espíritu, de la luz de su gloria, para mantener encendida la luz de los rostros llamados a ser testigos lejos de las tinieblas de la desesperanza.
Haciendo camino de comunión y sinodalidad, cuando nos descubrimos con los rostros desgastados por la edad, podemos apreciar las arrugas de una vida entregada que ha querido ser luz del Señor para muchas personas. Una luz que debe tener siempre el brillo de la sonrisa de Dios para que otros le descubran como hemos tenido el don de descubrirlo nosotros sin saber contarlo muchas veces.
Confiemos en quien es el fundamento de nuestra vida y misión, el que, como dice el salmo 15, es nuestro bien. Centrados en Él, sin ceder al cansancio, se alegrará nuestro corazón y, por tanto, se llenará de su Luz. Él es quien nos muestra el sendero de la vida y la alegría perpetua que experimentamos caminando juntos y estamos dispuestos a transmitir como Iglesia sinodal.
Que por la celebración de esta Eucaristía seamos y nos sintamos enviados como buscadores y rostros de la luz «para que podamos iluminar a otros». Amén.