2022 – XXVII Domingo Tiempo Ordinario

«Señor, auméntanos la fe»

✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León

Cabildo Catedral, Sr. Alcalde, miembros de la corporación municipal y demás personal del ayuntamiento. Autoridades civiles y militares. Protagonistas de las Cantaderas. Hermanos y hermanas.

Se acerca san Froilán con el preludio de la Fiesta de las Cantaderas. Nosotros, unidos a toda la Iglesia, con la fuerza que tiene la oración, repetimos este domingo la breve, sencilla y extraordinaria plegaria de los apóstoles en el Evangelio: “Señor, auméntanos la fe”.

No nos quejamos de haber recibido un don pequeño; no queremos tener poderes sobrenaturales; no pretendemos grandezas que superen nuestras capacidades; no despreciamos el don de creer que hemos recibido exigiendo más…

Nuestra oración se eleva desde la humildad, la sencillez, la necesidad y la apertura del corazón que busca a Dios y anda inquieto hasta que descanse en Él.

Al igual que en tiempos del profeta Habacuc, encontramos hoy violencia, crímenes, opresiones, inseguridades, carencias y una cultura de muerte. Es lógica la queja: “¿Hasta cuándo?”. Como también, en medio de las serias dificultades es comprensible que flaquee la fe en Dios y en la humanidad.

Pero en medio de la debilidad, el profeta, en actitud de escucha y vigilancia espera la respuesta de Dios, como debemos esperarla nosotros: a pesar de todas las apariencias el malvado sucumbirá y el justo vivirá por su fidelidad, por la confianza que ha puesto en Dios y que no se ve nunca defraudada. Más adelante, la profecía de Habacuc pondrá de manifiesto que los pueblos oprimidos cantarán la desgracia de sus opresores.

Necesitamos fiarnos más de Dios que tiene poder por encima del cálculo humano. Necesitamos aumentar nuestra seguridad de que Dios está lleno de amor, no nos olvida y nos guía hacia la plenitud.

Los apóstoles, inmediatamente antes de hacer esta petición, habían escuchado a Jesús la máxima del perdón sin límites. Perdonar siempre a quien te pide perdón es una regla de vida cristiana para la que puede que escaseen la paciencia y el amor. Las fuerzas humanas no alcanzan y hace falta una fortaleza de fe en Dios que hay que reavivar, igual que recuerda el apóstol Pablo a Timoteo que reavive el don que recibió por la imposición de sus manos. Porque se ha derramado sobre nosotros un espíritu de fortaleza y de amor para tomar parte en los duros trabajos del Evangelio con la ayuda que Dios siempre nos presta.

Pedir al Señor que nos aumente la fe no encierra ninguna pretensión de eludir las dificultades ni de escatimar los esfuerzos, sino que entraña el coraje de afrontar los desafíos con una seguridad inquebrantable en Dios.

Jesús lo deja claro: si existe una confianza auténtica y verdadera en Dios, se hace realidad lo que a los ojos humanos es imposible: mover montañas o trasladar una morera bien enraizada en tierra al mar salado.

En todo cuanto hace, Jesús estimula a sus apóstoles a creer. Mirando al Maestro ellos ven reforzada su fe. Nosotros también. Y para responder a su ruego Él ora por la fe de sus discípulos. A Pedro le dirá más adelante: “He pedido por ti, para que tu fe no se apague” (Lc 22,32). Agradezcamos al Señor que vela para que nuestra fe no desfallezca.

Hermanos y hermanas, con estas garantías, pidamos al Señor que aumente nuestra fe para que recorramos el camino de la vida con las fuerzas que necesitamos en cada momento.

Al mismo tiempo, agradezcamos al Señor su oración y la invitación a su mesa, en la que siempre nos sirve. Así Él nos enseña a ser los siervos humildes que Dios Padre, en su infinito amor, ha elegido. Escuchemos su voz con un corazón de carne y no de piedra, bendiciéndole a Él y a los hermanos con quienes caminamos hacia la liberación.

Amén.