XX Encuentro AA. Amigos del Camino de Santiago
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Hermanos, hermanas. Amigos del Camino de Santiago. Os felicito en vuestro vigésimo encuentro, que ha tenido que esperar este tiempo complejo para todos que, poco a poco, aunque aún hay secuelas, vamos superando para afrontar nuevas dificultades. Nunca faltan.
Vuestro encuentro en este Año Santo prolongado quiere poner de manifiesto la dimensión espiritual del Camino. En este sentido, la acogida cristiana tiene muchos desafíos en el Camino de Santiago y, por supuesto, en nuestra diócesis legionense. Desafíos que queremos afrontar con la colaboración que nos ofrece la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de León.
Sabemos la relevancia mundial del Camino y sabemos también que la vuelta a sus orígenes le dará la fuerza y autenticidad que nunca han de faltarle.
La importancia del Camino no está solo en el número de peregrinos, sino en lo que cada peregrino realiza saliendo de su casa, recorriendo un camino físico y espiritual y llegando a recibir el abrazo del Señor Santiago en Compostela, de modo que cada persona que llega encuentro un tesoro que quizá no había imaginado nunca.
Como las inquietudes no se calman solamente con la emoción de la llegada a Compostela, la acogida cristiana del Camino y su acompañamiento espiritual a los peregrinos es de una ayuda inestimable en esta peregrinación única en el mundo. La persona en camino descubre lo más importante y profundo de este mundo, de la vida humana y de sí misma.
Y ¿qué es lo más importante y profundo de este mundo, de la vida humana y de cada ser humano? Pues las lecturas de este domingo, que hemos escuchado nos ayudan a dar respuesta a esta cuestión.
Recordando la primera lectura, reconocemos que el proceder injusto de la especulación, el fraude y la explotación del hombre por el hombre, que vienen de antiguo, es un proceder inmoral que hay que desterrar. El verdadero sentido espiritual y de relación con Dios requiere como condición la justicia, el derecho y la atención de los necesitados. La fe en Dios conlleva estos deberes de justicia con nuestros semejantes. Encontrar a otros peregrinos en el camino lo pone de manifiesto.
Es algo que también nos ayuda a comprender la parábola del administrador injusto del Evangelio señalando un problema administrativo y de falta de honestidad para enseñarnos una verdad más profunda.
La parábola nos hace pensar que, así como hay que tener habilidad para “salvarse” de las situaciones apuradas en que nos pone la vida, así debemos saber cuáles son los medios para alcanzar “las moradas eternas”. Ciertamente, todos somos hijos de este mundo y todos estamos llamados a ser hijos de la luz. Así se va descubriendo gozosamente el peregrino en el camino, como hijo de la luz.
Y la cuestión está en que, con frecuencia, mostramos un interés, una sagacidad y una habilidad para resolver asuntos mundanos, que también deberíamos mostrar para buscar y acoger la salvación de Jesucristo, la que nos abre las puertas de las moradas eternas.
Como hijos de la luz, estamos llamados, no a inhibirnos de las obligaciones y situaciones difíciles de nuestra vida —somos hijos de este mundo—, sino a llevarlas a la luz, a iluminarlas con la sabiduría de Dios, a usarlas sin entregarles nuestro corazón ni hacernos servidores suyos. Precisamente el Camino de Santiago es medio extraordinario para liberar el corazón y ponerlo en los tesoros invisibles que se van descubriendo paso a paso.
Hacerse amigos con el vil metal es una invitación a abrir los ojos del corazón para establecer relaciones nuevas, no marcadas por el interés egoísta y la idolatría del dinero, sino por la justicia, a veces perdiendo, y más allá de una justicia humana, por la generosidad.
Digamos que los bienes de esta tierra, que nos ocupan y preocupan, y los bienes de allá arriba no son extraños entre sí.
En los primeros se hacen ya patentes los valores del Reino de Dios, dependiendo de cómo nos relacionemos con ellos. En el trato con ellos se pone a prueba si somos o no de fiar, si somos responsables, honestos, justos, generosos y desprendidos. Y es Jesús, amigo y maestro, el que nos enseña la justa jerarquía de todos los bienes.
En esta clave podemos entender también la carta de Pablo a Timoteo, cuando nos pide orar desde la preocupación por lograr un orden justo “con unas manos limpias, sin ira ni divisiones”. Lo que dice que permitirá llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto, siendo nosotros agradables a Dios, dignos de sus moradas eternas, porque él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Hermanos y hermanas: estamos en Camino. Que cada uno de vosotros os sintáis peregrinos, no solo al recorrer el Camino de Santiago, sino también donde vivís habitualmente, para encontrar lo más importante y profundo de este mundo, de la vida humana y de cada ser humano.
Os invito a establecer relaciones nuevas con Dios y con los hermanos, relaciones de generosidad, más allá de la justicia, en las que busquéis y encontréis los bienes del Reino de Dios, esenciales e invisibles a los ojos, pero palpables en el corazón humano que quiere parecerse al de Jesús de Nazaret.