✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Es la hora de todos y en esta hora de todos, en este camino de Iglesia sinodal, como santo pueblo fiel de Dios que peregrina en comunión, celebramos este Sábado Santo la Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias, nuestra luz.
En ella recibirán los sacramentos de la iniciación cristiana Paloma y Jordi, que se han ido preparando convenientemente para formar parte de la Iglesia de Jesucristo. Oremos por ellos y acojamos a Jordi y a Paloma como hermanos nuestros que comienzan a ser hoy por el bautismo.
La Palabra de Dios nos recuerda que el Señor ha ido guiando la historia de la salvación desde la Creación hasta nuestros días. La gran prueba de Abrahán augura la magnanimidad de la entrega que hace Dios de su Hijo. Él, que no quiso que Abrahán alargara la mano contra su vástago, entrega a la muerte a su Unigénito por nuestra salvación.
En el Misterio Pascual nos revela Dios su infinito amor. Tal gracia, que anticipa la tierra prometida, permite que la victoria de Dios brille guiando a su pueblo como lo ha hecho siempre. Nosotros, su pueblo, conservando la fuente de la sabiduría, proseguimos el camino que Él nos muestra de modo que lleguemos a habitar en paz para siempre. ¡Qué preciado y escaso bien el de la paz!
En la noche que nos rodea, necesitamos aprender dónde están los tesoros de la luz y alegrarnos ya al buscarlos y, por supuesto, al encontrarlos.
Ese fue el camino interior de búsqueda y encuentro que recorrieron María Magdalena, Juana y María, la de Santiago, discípulas del Señor, cuando fueron al sepulcro el primer día de la semana, de madrugada.
Buscaban los tesoros de la luz, aún sin saber muy bien qué iban a encontrar. Entonces quedaron deslumbradas y paralizadas. No entendieron las explicaciones de los dos hombres con vestidos refulgentes, hasta que recordaron las palabras del Maestro sobre la crucifixión y la resurrección.
Entonces, hallaron los tesoros de la luz y lo anunciaron a los demás, sin importarles que el corazón de los apóstoles aún no estuviera abierto a la fe en la resurrección de Jesús.
Sin embargo, el anuncio inquietó a Pedro y le hizo correr en su mente luchadora y en su corazón inquieto, lleno de amor por Jesús. También él empezó a encontrar entonces los tesoros de la luz y quedó admirado.
Hermanos y hermanas, que esta noche de luz pascual nosotros, iluminados por las experiencias de María Magdalena, Juana, María, la de Santiago y Pedro, emprendamos o reanudemos la búsqueda de los tesoros de la luz de Cristo.
No estamos solos, no caminamos separados, sino que podemos y debemos buscar juntos la pobreza de Cristo crucificado, muerto y sepultado que resucitó sin perder sus riquezas: «su humildad no redujo su gloria, su muerte no destruyó su eternidad» (San León Magno).
La noche de este mundo, visible y amenazadora, desaparece en la experiencia única de luz que se da en el encuentro con Cristo Vivo, invisible a los ojos; luz regeneradora. Su muerte nos da vida y destierra un vivir que es morir.
Jesucristo nos entrega los tesoros de la luz de su Resurrección en el encuentro gozoso y liberador con Él. Tomemos por Señor de nuestra vida a quien da vida y seamos sus testigos sin dejarnos quitar su luz, que, por el bautismo, es luz de todos, es nuestra luz.
Que así sea. Amén. Amén.