✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Hermanas, hermanos. Que la alegría y la sabiduría de Teresa de Jesús, que son corrientes de agua viva del Espíritu, inunden vuestros corazones.
La Santa supo pedir y recibir el don de la sabiduría por el cual conoció y bebió el agua que sacia toda sed, Jesucristo, para llenarse de los ríos de agua viva (cf. Jn 7,38) y ofrecer esa agua a todos.
Hoy, la fuerza de esos ríos de agua viva de Teresa de Jesús llega hasta nosotros para seguir sus huellas y detenernos junto al pozo de Sicar de forma que vayamos cambiando de mente y de corazón, sin prisas, sin ansias. Santa Teresa nos invita a preparar y ofrecer la Iglesia para que cada vez más bautizados puedan vivir en su seno la experiencia de la mujer samaritana. Es para nosotros un desafío ayudar a cambiar la rutina y tristeza que puede habitar el interior de la persona en verdadera alegría que es producida por el agua limpia, regeneradora y viva.
Teresa, como sabéis, es muy aficionada al Evangelio que hemos proclamado hoy (cf. V 30,19). Siente sintonía con la experiencia de la mujer samaritana y recuerda cómo desde niña había pedido al Señor aquella agua viva (cf. V 19,30).
Verdaderamente la Santa y la Samaritana nos abren los ojos para descubrir si buscamos a Dios a medias o enteramente.
¿Buscamos con todo el deseo y con todas las consecuencias el agua que sacia cualquier sed? Es fácil llenarnos de preocupaciones y ocupaciones que no sean del todo de Dios. Teresa nos habla de veinte años de su vida por ese camino estéril.
Con la misma intención de conversión debemos responder al Señor si conocemos el don de Dios y quién es el que nos da de beber, si de verdad queremos gozar de las corrientes de agua viva. Como escribe Teresa: «porque la que no advierte [en su oración] con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración» (1M 1,7).
Pero no temamos. El Señor junto al pozo de Sicar nos espera con la paciencia divina. No nos pone como condición una vida perfecta para beber. Así lo experimenta también la Santa: «Caro costaría si no pudiésemos buscar a Dios sino cuando estuviésemos muertos al mundo» (VE 6).
Santa Teresa de Jesús al mirar a la Samaritana se ve a sí misma. Cosa que cada uno de nosotros puede y debe hacer.
Acerquémonos a Jesús como la Samaritana y escuchemos a santa Teresa para descubrir en nuestra vida «la fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4,14) que nos concede el gozo de estar con Jesús, a solas, que dice la Santa.
A solas, sí, que es estar con toda la Iglesia y, por tanto, con cada hermano y hermana, pues no hay exclusividad con el Maestro y cuando un cristiano dice yo está diciendo nosotros.
El Señor Jesús es la Fuente que nos inunda con la alegría de saber que somos morada de Dios y que el Agua Viva que bebamos es siempre para todos —para la humanidad— desde el descubrimiento de la necesidad de amar y servir al amor.
Permanezcamos, en consecuencia, a solas con el Señor, y con los hermanos todos, junto a los ríos de la alegría, experimentando el gozo interior y dando contento a otros.
«Porque en esto me daba el Señor gracia, en dar contento adondequiera que estuviere» (V 2,8); «Porque en esto de dar contento a otros he tenido extremo…» (V 3,4). La Santa nos asegura que el contento y la alegría que vienen de Dios crecen y se multiplican al darse.
Termino con estas palabras de futuro y esperanza del libro de la vida: «Y todos los gozos juntos, no son más que una gotita del que nos está reservado en el Cielo» (V. 27.12). Que así lo busquemos, creamos y experimentemos.