2022 – San Juan de Ávila

«Servidores de vuestra Esperanza»

✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León

Queridos hermanos: somos peregrinos del Pueblo del Camino, la Iglesia de la comunión fraterna, para la evangelización misionera y la misión samaritana. Hoy damos gracias al Señor por san Juan de Ávila y por estos hermanos nuestros, que a imagen de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y siguiendo las consignas del Maestro Ávila celebran sus bodas sacerdotales.

En cada uno de ellos, los presbíteros Ovidio, Antolín, Matías, Rafael, Antonio, Jorge, el difunto José Antonio González, y el diácono permanente Francisco,  nos vemos hoy todos reflejados para dar gracias por lo que son, han procurado y procuran vivir: “servidores de la esperanza y la sanación de los miembros del pueblo de Dios”.

En diversas circunstancias y manifestaciones habréis encontrado, igual que Pablo y Bernabé, personas impedidas.

Algunas de ellas tendrían una fortaleza de fe parecida a la del hombre de Listra y os habréis sentido impulsados por el Señor a decir “Levántate, ponte derecho sobre tus pies” y la persona habrá dado un salto de alegría y ganas de vivir, poniéndose en marcha. Otras no habrán dado el paso.

De cualquier forma, se dé o no la curación, cuando habéis encontrado a alguien en dificultad, habéis sido servidores de su esperanza y su sanación, haciendo todo lo posible por la superación de sus dificultades, siempre con la ayuda de Dios y en su nombre. Es Él quien merece la gloria y nos mantiene durante toda una vida al servicio ministerial de los hermanos.

Este proceder pasa por aceptar los mandamientos del Señor y guardarlos. Es decir, amar a Dios Padre y experimentarnos amados y sanados por Él, de tal modo que seamos conscientes de que hace morada en nosotros con el Espíritu Santo, fuente y dador de todo bien, de la esperanza y de la curación.

Como tales servidores unidos por la fraternidad sacramental, alegrémonos por estos hermanos en sus bodas sacerdotales y por cada ministro ordenado de nuestra diócesis para continuar este servicio precioso que hace crecer la esperanza en nuestros hermanos y sana a quienes lo necesitan y piden.

Agradecidos por el pasado sin nostalgia, comprometidos con un presente apasionante y mirando al futuro esperanzados, seamos, ante todo, “pastores pastores pastores” que caminan junto al resto del pueblo de Dios.

Promovamos y cuidemos la sinodalidad, la comunión fraterna y la participación para la misión que hemos de desarrollar como Iglesia evangelizadora y samaritana en los tiempos que corren.

No tengamos miedo, no veamos gigantes donde hay molinos, no despreciemos la colaboración de nadie, no transmitamos escepticismo… Dejemos a un lado lo que nos cansa espiritualmente, lo que resulta descorazonador y busquemos la fortaleza en el Señor y en los hermanos.

Nos ayudará mucho abrazar la pasión apostólica del Maestro Ávila para que —como nos dice en su Tratado sobre el sacerdocio— sanemos lo enfermo, atemos lo quebrado, reduzcamos lo desechado y busquemos lo perdido con la prudencia que requiere este servicio ministerial «para saber llevar a tanta diversidad de gentes y aplicar a cada uno su medicina según a cada uno conviene; menester es mucha paciencia para sufrir importunidades de ovejas sabias y no sabias» (Tratado sobre el sacerdocio, n. 37).

Hermanos, sepámonos hoy partícipes de la alegría del cielo por cada pecador que se convierte (cf Lc 15,7), comenzando por nosotros mismos y demos gracias al Señor por habernos elegido para ser servidores de la esperanza y la conversión sanadora que necesitan los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Acudamos presurosos a acompañar y hacer crecer el número de los que conocen por primera vez o recuperan la esperanza y tratemos con el cuidado del Buen Pastor a cada persona con la que nos encontremos. Lo hacemos en el nombre del Señor Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote.