✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Es la hora de todos y en esta hora de todos, en este camino de Iglesia sinodal, como santo pueblo fiel de Dios que peregrina en comunión, deseamos ardientemente comer la cena pascual con el Maestro, con el Señor.
Ninguno venimos al banquete eucarístico por nuestra cuenta, pensando cada uno en sí mismo. Venimos a sentarnos a la mesa fraterna del amor en la que el pan eucarístico realiza la sagrada hermandad y nos abre el corazón con llaves de cercanía, perdón y nuevas relaciones.
El amor fraterno, junto al sacerdocio ministerial, alcanzan hoy categoría de lavatorio, gesto único y constitutivo de servicio de entrega que realiza Jesús y nos concede como herencia eterna.
Ojalá sepamos leer el lavatorio en clave de impulso sinodal para hacer crecer nuestra Iglesia en comunión fraterna, evangelización misionera y misión samaritana.
El lavatorio nos recuerda a quienes no están sentados a la mesa. Jesús muestra allí su proximidad con los marginados, su servicialidad con todos los desahuciados, su solidaria identificación con todas las víctimas. Ninguna víctima nos puede ser indiferente a los cristianos.
El testamento de Jesús que recordamos y actualizamos el Jueves Santjuo nos lleva a descender como pueblo santo fiel de Dios hasta el lugar de los últimos para lavar, secar y besar sus pies llagados y hacer del amor fraterno la mayor revolución comunitaria de la historia que se celebra en la mesa eucarística.
Una revolución que nos exige hacer crecer las actitud propias del lavatorio. Así, todos los bautizados realizaremos el lavatorio común —nuestro lavatorio— de tal modo que se transformen las historias de muerte de esta tierra en una sola historia de vida abundante y plena por medio del único sacrificio de salvación: el de Jesucristo.
Esto es lo que queremos actualizar ardientemente cuando hacemos lo que Jesús hizo en memoria suya.
Que así sea. Amén. Amén.