33 Encuentro Nacional de Cofradías
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Hermanos, hermanas, amigos todos en el Señor, con la imagen final de la magna procesión de ayer llegamos a celebrar la Resurrección. Lo hacemos, como cada domingo actualizando festivamente este extraordinario don de la vida nueva y eterna que nos debería llenar de fortaleza y esperanza porque Cristo ha resucitado.
Hoy, en este marco catedralicio incomparable, lleno de luz que da testimonio de quien es la luz del mundo y sigue vivo para darnos vida, agradecemos a Dios y a los hermanos este magnífico encuentro de reencuentros, de puesta al día, de emociones e ilusiones recuperadas, de abrazos dados por fin.
Igualmente, damos gracias a Dios por el laicado que representáis y está llamado a formar corresponsablemente con las personas consagradas y los clérigos este pueblo en salida. Sois cofrades en camino que camináis junto a otros hermanos, cofrades o no, avanzando todos con esperanza.
Hay dos términos que encierran todo lo vivido estos días: pasión y fraternidad. Ponedles vosotros los matices que queráis.
Nuestro encuentro nacional de cofradías de León ha estado lleno de pasión: en su preparación y en su realización. Pasión que es vida abundante y que se ha hecho presente en las mentes y los corazones de quienes habéis organizado, servido, apoyado y guiado el Encuentro y de quienes habéis participado de distintas formas en él.
León vive y contagia la pasión de Cristo, su muerte y resurrección. Misterios de fe que celebramos con profundidad en la Eucaristía. En este admirable sacramento se unen “pasión y fraternidad” como Jesucristo nos ha mandado hacer en memoria suya. Sentarse al banquete de la Eucaristía, mesa del amor fraterno, nos exige, como hemos escuchado hoy en las lecturas de la palabra de Dios, vivir atentos a las necesidades de nuestros hermanos.
Precisamente la Iglesia celebra hoy la jornada del migrante y el refugiado. Es una realidad que encontramos en todos los lugares donde vivimos y reclama nuestra atención para acoger, proteger, promover, e integrar a estos hermanos nuestros y construir el futuro con ellos, como nos invita a hacer el papa Francisco.
Escuchemos en nuestro interior la fuerte llamada de atención sobre quienes banquetean espléndidamente o, como avisa el profeta Amós, viven una vida disoluta y se olvidan de los demás, sus hermanos, especialmente los pobres y necesitados, a quienes incluso desprecian, excluyen y oprimen. ¿Seré yo opresor, rico Epulón?
El contraste entre el rico y el pobre en el texto evangélico de hoy no pone de manifiesto solo las enormes diferencias externas, como los ropajes elegantes del rico mientras el pobre Lázaro está cubierto de llagas, sino que nos desvela la indiferencia del rico ante las necesidades de quien es igual que él, como la muerte pone en evidencia.
La fraternidad cristiana, que es esencial e irrenunciable en las cofradías y hermandades a las que pertenecéis, lleva siempre a la acogida y aprecio del hermano, a su integración y a la solidaridad propia del amor fraternal cuando alguien padece necesidad.
Es un mensaje que conocemos, pero es preciso recordarlo, porque la tentación de banquetear olvidándonos de los hermanos nos acecha muchas veces, también cuando nos acercamos a la Eucaristía, cena fraterna del amor, memorial de la entrega de Jesucristo para vivir su pasión y muerte que lleva a la resurrección. Celebrar la Eucaristía y olvidarse de los hermanos exige un sincero y fuerte arrepentimiento para obtener el perdón.
Que el Señor Jesús, muerto y resucitado, sea cada vez más importante en vuestras vidas. Os ayudará a sobrellevar mejor las contrariedades y a encontrar la auténtica pasión de vivir una vida abundante compartida siempre con hermanos como los que hoy ha reunido Jesucristo en la Pulchra Leonina, en esta ciudad y diócesis de León que camina hacia un cielo nuevo y una tierra nueva con esperanza.
Enhorabuena, hermanos, por haber vivido estos días de encuentro con pasión y fraternidad. Buena “puja” de vuelta a casa, sea lejos o sea cerca. Amén.