✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Damos gracias a Dios por celebrar hoy la memoria de santa Teresa del Niño Jesús, carmelita descalza, doctora de la Iglesia, en quien confluyen los dones de la ley nueva, es decir, la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe viva que actúa por medio de la caridad.
Seguramente la conoceréis a través de alguno de sus escritos, especialmente su obra autobiográfica “Historia de un alma”.
Sin duda es una mujer eucarística, con un espíritu de continua adoración desde niña. Gustaba de la visita al Santísimo, de las procesiones arrojando flores a la custodia. Ardía en deseos de hacer la primera comunión, para la que se preparó con esmero y le supuso una experiencia que dice le quedó grabada en su corazón con un recuerdo sin nubes, una dicha dulce e inefable. Sintiéndose inmensamente amada dijo: «Te amo y me entrego a ti para siempre» y aquel día se realizó una fusión entre Jesús y Teresa, desapareciendo ella en él como una gota de agua en el océano. Es fácil deducir que era para ella un gran consuelo recibir todos los días la sagrada comunión, sintiéndose mimada por el Señor y que, por tanto, tuvo siempre los ojos fijos en Él.
Santa Teresa de Lisieux, carmelita descalza eucarística tan singular, tuvo una impronta misionera. Unió en su corta vida la Eucaristía, la caridad y la santidad, Dios y los hermanos, la contemplación que le llevaba a tener el impulso misionero de dar a conocer la felicidad de los bienaventurados, que triunfa sobre los sufrimientos que ella padeció.
Del mismo modo, Job que tuvo —al contrario que santa Teresa de Lisieux— una vida larga, experimentó en su existencia terrena terribles sufrimientos. Tras ellos con la paciencia que Dios le concedió, fue bendecido con bienes inimaginables, muy superiores a los que había recibido antes de su desgracia.
Santa Teresa del Niño Jesús y Job son nombres inscritos en el cielo. Alegrémonos por cuantos terminen grabados allí, incluyendo los nuestros, más que por pisotear el mal o someter espíritus inmundos, que es Dios quien los vence, somete y destierra.
Pidamos al Señor el don de la humildad para fijar los ojos en Él. Un don precioso que lleva a comprender y amar a Dios y que santa Teresa del Niño Jesús recibió pródigamente, como también Job que no apartó nunca su corazón del Señor.
Hermanos que habéis recibido el don de ser bautizados eucarísticos, que vuestros ojos sean dichosos por ver al Señor, fijar vuestros ojos en Él y reconocer al hijo del Padre enviado por el Espíritu Santo y partido y compartido en el pan eucarístico, fuente y culmen de nuestra vida y santidad.
Amén.