✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Queridos hermanos y hermanas, celebramos hoy el 121 aniversario de la reapertura y nueva consagración de esta santa iglesia-catedral que había sido dedicada a Santa María en 1303.
Es un día para agradecer al Cabildo Catedral, a los sacristanes y a todos los trabajadores el cuidado por el templo que es Iglesia Madre y Cabeza de todas las demás, desde donde el Buen Pastor llama a la santidad de vida y a la unidad de todos los diocesanos.
Vuestro cuidado de esta catedral nos permite descubrir, a través de la belleza que contemplamos, otra hermosura invisible a los ojos humanos: la de la fe, la esperanza y la caridad.
Con la inmensa e incomparable luminosidad y color con la que ha sido adornada, nuestra Iglesia Madre es lugar idóneo para celebrar que anhelamos y deseamos contemplar un cielo nuevo y una tierra nueva, confiados porque el primer cielo y la primera tierra han pasado. En medio de incertidumbres humanas, nos consuela y fortalece que la morada de Dios entre los hombres disipa las tinieblas de las tragedias que asolan la tierra.
El Señor que habita en medio de nosotros, Cristo Resucitado, luz del mundo, nos convoca en torno suyo. Así somos pueblo en lugar de individuos que vagan solos y desorientados a su suerte. En medio de nuestra Iglesia de piedras vivas, ensambladas en Jesucristo, piedra angular, Él nos acompaña, guía y enjuga toda lágrima, una vez que ha vencido a la muerte y nos asegura que terminarán el dolor y el llanto.
Creemos sus promesas y estamos convencidos de que Él hace nuevas todas las cosas, como ha hecho nuevo y lleno de vida por el Espíritu Santo el camino sinodal en el que nos encontramos. Damos gloria a Dios en medio de su casa porque nos permite ver cómo se cumple su Palabra.
Nos sabemos hoy pueblo adquirido por el Señor que continúa anunciando las proezas de quien nos ha sacado de la oscuridad para llevarnos a su luz maravillosa, simbolizada en este templo luminoso donde se celebran y anuncian designios de alegría sin fin. Alejemos de nosotros cuanto supone un mercadeo en nuestro templo de piedras vivas. Superemos toda tentación de pagar al Señor cuanto le pedimos siempre que nos lo conceda; de participar en su Iglesia solo para recibir beneficios sin estar dispuestos a ofrecer lo que generosamente se necesite de nosotros por el bien de todos.
Confiemos en Jesucristo, en su palabra que edifica un nuevo templo con su cuerpo místico, la Iglesia, y genera vida y esperanza de modo que nos sintamos artífices de este nuevo edificio entre todos, al tiempo que somos enviados a la misión. Superemos toda tentación de caminar solos y hagámoslo unidos con María, Nuestra Señora de la Asunción, Virgen del Camino, bien ensamblados en Cristo, para vivir en la morada de Dios edificada para su gloria y para bien de la humanidad sufriente. Amén. Amén.