2022 – Clausura XVIII Asamblea General CONFER

Una esperanza: ver a Cristo

✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León

Queridos hermanos y hermanas: somos peregrinos del Pueblo del Camino, la Iglesia de la comunión fraterna para la evangelización misionera y la misión samaritana. Hoy damos gracias a Dios por el don de san Felipe Neri con la riqueza de su carisma —le pedimos que nos ilumine para saber cómo acercarnos a los jóvenes y darles a conocer a Cristo— y por esta XVIII Asamblea General que concluimos renovados por corrientes sinodales de agua viva. En esta clave nos hemos encontrado, nos hemos escuchado y hemos hecho el esfuerzo del discernimiento comunitario. No ha sido como siempre, pues el Espíritu hace nuevas todas las cosas y nos ayuda a caminar juntos.

Sin duda, los encuentros han sido sorprendentes, transformadores, reflejos del encuentro con Jesús que siempre es transformador. Nos hemos acercado más a la diversidad de los hermanos y hermanas con la inquietud por ser más partícipes y corresponsables, más fraternos e “inter”: intergeneracional, intercultural, intercongregacional…

Esta riqueza la agradecemos sin perder de vista que nos une el mismo Espíritu y tenemos las mismas metas que los primeros cristianos que, como hemos escuchado en el libro de los Hechos, no dejan de perseguirlas, cosechen éxitos o fracasos en la predicación, igual que nuestros fundadores y fundadoras y nuestros primeros hermanos y hermanas.

El apóstol Pablo en su carta a los Filipenses señala fines que son fuente de corrientes de agua viva también para nosotros, como en los orígenes y por eso quiero traer aquí: adquirir entrañas compasivas, manteniéndonos unánimes y concordes en un mismo amor y un mismo sentir; sin obrar por rivalidad ni ostentación; considerando con humildad a los demás superiores a nosotros; buscando todos el interés de los demás, no el propio (cf Flp 2,1-4).

Encuentros como los de esta asamblea suponen un gozo que acontece caminando y hasta corriendo juntos, en comunión fraterna, hacia dichas metas, que son verdes praderas, pastos bien regados, hacia los que nos dirigimos con la esperanza de ver a Cristo y vestirnos de la alegría en la que se convierte el llanto por medio de Él.

Como sabéis, el “no me veréis” del texto evangélico que hemos escuchado bien puede hablar de la crisis de fe de los discípulos cuando Jesús es detenido y sufre la pasión. Por tanto, nos hace pensar en su desconsuelo, en el desaliento y la retirada, en el desplome de las expectativas que la afinidad con Jesús había generado en ellos. Nos ocurre a nosotros en algunas o muchas ocasiones.

En cambio, el “me veréis” es el signo de la fe y la esperanza que nos permiten gozar de una presencia incomparable, que lo llena todo. Ver es creer y saberse tocado por esa presencia, llenarse y experimentar que la tristeza se convierte en alegría. Ver es recordar la primera llamada y dejarse seducir de nuevo por Dios y su causa a través de la luz del carisma de vida consagrada que cada cual ha recibido. Ver es sentirse confirmado por la verdad y la vida de Jesús que comprende cruz y resurrección. Ver es vivir el discipulado misionero con el impulso del Espíritu y del envío a la misión centrando la mirada en Él y en las llagas de los hombres y mujeres de estos tiempos, desde donde debemos comprenderlo y afrontarlo todo.

Caminemos y oremos juntos con María, en la expectación paciente del Espíritu Santo, llenos de la esperanza que albergan las corrientes de sinodalidad de esta asamblea. Corrientes que queremos vivir y testimoniar con nuestros hermanos y hermanas en esta nueva época de sínodo que es nombre de Iglesia, que es nombre de vida consagrada.