✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Es la hora de todos y en esta hora de todos, en este camino de Iglesia sinodal, como santo pueblo fiel de Dios que peregrina en comunión, celebramos este Viernes Santo la pasión y muerte del Señor en la cruz, nuestra cruz.
Dice san León Magno que nuestro entendimiento, iluminado por el Espíritu de la verdad, debe aceptar con corazón puro y libre la gloria de la cruz que el mismo Jesús anuncia como su glorificación. El santo Papa se admira del poder de la cruz y del crucificado. Su poder, que no es de este mundo, atrae a todos hacia Él, elevado en el madero santo; árbol de la vida, fuente de bendición, origen de toda gracia.
Más aún, por la cruz de Jesús recibimos fuerza de la debilidad, gloria del oprobio, vida de la muerte. El orden de este mundo en el que los poderosos aplastan a los débiles y les quintan la vida y la paz, es invertido en la cruz, aunque todavía nos cueste verlo y comprenderlo.
Se cumple la profecía de Isaías cuando dice que el siervo de Dios asombrará a numerosos pueblos, los reyes cerrarán la boca y muchos se espantarán al verle desfigurado, sin aspecto humano, sin figura, sin belleza, despreciado y evitado.
En nuestro mundo de dolor, guerra y muerte el crucificado soporta nuestros sufrimientos para darnos misericordia, paz y gracia; para conducirnos a la salvación eterna, comenzando no por los justos, sino por los injustos.
Jesús, solo en la cruz, revela la misericordia y la justicia del Padre que recibimos por los sacramentos como comunidad de hermanos. La cruz es lugar de encuentro, de Iglesia. En la cruz de Jesús está la fuente de nuestra comunión fraterna, el mayor tesoro de nuestra evangelización misionera y el bálsamo sanador de nuestra misión samaritana. La cruz de Jesús, nuestra cruz, es el poder que cambia el mundo y la gloria de Dios para todos sus hijos, comenzando por los más pequeños.
Que descubrir y amar la cruz de Jesús y nuestra, nos permita conocer y apreciar cada día más que «el Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita a la alegría» y que, contra todo augurio mundano, el Señor ha vencido ya «haciendo la paz mediante la sangre de su cruz» (Col 1,20).
Que así sea. Amén. Amén.