«Alegraos, justos, con el Señor» (Sal 96)
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
La Palabra de la Vida la hemos visto con nuestros propios ojos, pues se hizo visible. El Evangelista Juan da testimonio de la Palabra hecha carne y de la Resurrección.
El regalo del nacimiento de Jesús, muerto y resucitado sobre el que Juan da testimonio supone un salto. Y Juan lo dio: “Vio y creyó”. Ahí está la gracia. Cada creyente y cada generación está llamada a hacer ese salto: “ver” a Jesús, conocer su persona, saber qué dijo, qué hizo… y “creer” que en su humanidad se nos está dando el mismo Dios, acogiéndonos desde siempre y para siempre, abriendo caminos nuevos para la vida y para el mundo, en la esperanza de que, si vivimos desde ahora con Él, viviremos para siempre con Él. Ahí está lo definitivo. “Ver y creer”. Y una vez que se recibe, la fe es tarea. “Os damos testimonio y os anunciamos”… “para que estéis unidos con nosotros”… “y para que nuestra alegría sea completa”. Esa es la comunión que ofrece la fe: unirnos en ese círculo de amor entre el Padre y el Hijo. En este círculo estamos invitados a entrar por san Juan, que siempre forma parte del grupo restringido que Jesús lleva consigo en determinadas ocasiones. Recordad que está junto a Pedro y Santiago cuando Jesús, en Cafarnaún, entra en casa de Pedro para curar a su suegra (cf. Mc 1,29)…
Lo sigue cuando sube a la montaña para transfigurarse (cf. Mc 9,2); está cerca de él en el Huerto de Getsemaní antes de la Pasión (cf. Mc 14,33) y poco antes de la Pascua, cuando Jesús escoge a dos discípulos para enviarles a preparar la sala para la Cena, les encomienda a él y a Pedro esta misión (cf. Lc 22,8)
Según la tradición, Juan es “el discípulo predilecto” junto al Maestro durante la última Cena (cf. Jn 13,25), que se encuentra al pie de la cruz junto a la Madre de Jesús (cf. Jn 19,25) y, por último, es testigo tanto de la tumba vacía como de la presencia del Resucitado (cf. Jn 20,2;21,7).
Esta relación de familiaridad y amistad entre Juan y Jesús tiene una lección importante para nuestra vida, para entrar en el círculo al que me refería antes. El Señor quiere que cada uno de nosotros sea un discípulo que viva en amistad con él. Esto sólo es posible en el marco de una relación de familiaridad, impregnada de una confianza total. Es lo que sucede entre amigos. Por esto, Jesús dijo un día: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.(…) No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 13.15).
En el evangelio de Juan, Jesús pronuncia estas palabras: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34).
¿Dónde está la novedad del mandamiento nuevo al que se refiere Jesús? En el hecho de que él no se contenta con repetir lo que exigía el Antiguo Testamento y que leemos también en los otros Evangelios: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19, 18; cf. Mt 22, 37-39; Mc 12, 29-31; Lc 10, 27). En el mandamiento antiguo el criterio normativo estaba tomado del hombre («como a ti mismo»), mientras que, en el mandamiento referido por San Juan, Jesús presenta como motivo y modelo del amor su misma persona: «Como yo os he amado». Así el amor resulta de verdad cristiano, cuando no tiene otra medida que el no tener medida de Jesús.
Dice un librito antiguo: «El amor noble de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y mueve a desear siempre lo más perfecto. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido por ninguna cosa baja (…), porque el amor nació de Dios, y no puede aquietarse con todo lo criado, sino con el mismo Dios. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre […] Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa en un Sumo Bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien» (libro III, cap. 5).
Pidamos al Padre que lo vivamos, aunque sea siempre de modo imperfecto, tan intensamente que contagiemos a las personas con quienes nos encontramos en nuestro camino.