2021 – Ordenación presbiteral de Adrián, Daniele y Thierry

Vuestro nombre y vuestra misión es luz de las gentes

✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León

Adrián, Daniele, Thierry, estamos alegres porque el Señor os ha llamado y os ha dado un nombre nuevo y una nueva misión en medio de su pueblo santo, en medio de la comunidad, haciéndoos flecha bruñida y luz de las naciones.

El Señor os ha escogido portentosamente y os ha guiado a través de distintas sendas por el único camino que es Él mismo, verdad y vida. Él os ha buscado, os ha encontrado y os unge, como al rey David; os envía a predicar, como a Juan Bautista, convirtiéndoos en hombres conforme a su mente y a su corazón, discípulos misioneros presbíteros. Adrián, Daniele, Thierry, la mano del Señor está con vosotros.

Respondéis amando a quien os ha primereado en las entrañas maternas para ser buen pastor en medio de su pueblo, sacerdote, profeta, esposo y cabeza. El amor de Dios os enseña a dejaros amar, desarmar y fortalecer, estremecer y cautivar colmándoos, sanándoos e impulsándoos a actuar consecuentemente en el inicio hoy de una vida nueva, de un sacerdocio eterno que será ofrenda y se llenará de plenitud poniendo en el centro a Cristo y a sus predilectos.

A Cristo, más aún que para imitarle, para configuraros enteramente con Él. A sus predilectos, para tener con ellos, como con todos, los sentimientos que corresponden a quienes están unidos al Sumo y Eterno Sacerdote (cf Flp 2,5) dispuestos a cuidar a cada hermano según su necesidad. Así, tal y como queréis, los pobres, los enfermos, los que sufren serán vuestros preferidos para anunciarles el evangelio, proclamarles la libertad, devolverles la vista y llevarles la misericordia.

Queréis ser testigos de la vida que se os ha manifestado, que habéis visto y oído (cf 1 Jn 1,2-26); testigos de la Luz que recibís en esta celebración y que disipará las sombras que os acechen para dar vida abundante, anticipo de la vida eterna; para edificar pueblo de Dios, comunidad de hermanos; para guiar a otros señalando al Cordero de Dios, al que no merecemos desatarle las sandalias de los pies.

Gracias por compartir tan nobles experiencias, deseos, decisiones y compromisos. Permitidme ahora que os recuerde algunos dones que os ayudarán en el camino para cumplir cada día vuestra voluntad, que es la voluntad de Dios.

Acoged el don del presbiterado unidos al obispo diocesano, siervo como vosotros, y a vuestros hermanos presbíteros por la fraternidad sacramental que nos une y que expresaremos ahora en la imposición de las manos y en vuestra primera concelebración eucarística.

Igualmente, practicad la fraternidad con los diáconos permanentes y sed hombres de comunión con las personas consagradas, con los matrimonios, familias y todos los fieles laicos, con el pueblo de Dios entero, prolongando en la vida cotidiana la comunión que se alimenta del Evangelio que predicaréis y de los sacramentos, principalmente de la Eucaristía, que presidiréis. No consintáis divisiones y menos por vuestra causa.

Dadlo gratis. Este servicio ministerial es un tesoro por el que siempre vais a estar agradecidos. El Señor os sondea, os conoce y os envía a compartir gratuitamente el amor y la misericordia, la paz y la gratuidad, la pobreza que os enriquece, la riqueza de los sacramentos… Cuanto habéis recibido gratis de Él. Caminad así, en este tiempo revuelto que también es tiempo de gracia, junto a los hombres y mujeres de esta Iglesia particular de León, para ser luz con resplandor de resurrección sin pedir nada a cambio.

Sed conscientes de que Cristo, el único Maestro, os hace partícipes de su misión y de su ministerio. Transmitid con alegría la palabra de Dios que recibís. Orad y creed lo que leéis, enseñad lo que creéis y habéis orado y practicad lo que enseñéis. Cuanto sembréis, será fecundo si nace de vuestro corazón y de vuestra oración sacerdotales. Que vuestra vida sea estímulo para los discípulos misioneros de Jesús y para otros con el cuidado de no herir nunca a nadie.

Asombraos de la grandeza de incorporar nuevos miembros a la Iglesia por el bautismo, como ya habéis hecho siendo diáconos; del poder sanador de la reconciliación, casa de la misericordia; de la unción alivio para los enfermos.

Daos cuenta de la oración que hacéis por amor a vuestros hermanos y a toda la humanidad. Que nadie quede fuera de vuestra súplica ni de vuestra acción de gracias. Gastad bien vuestro tiempo con todos los que os lo pidan, aunque os pueda parecer una carga pesada. El Señor la llevará siempre con vosotros y os aliviará.

Acompañad a los jóvenes —sed sus amigos—, acoged a los niños, a sus padres, a las familias, escuchad a los ancianos y a quienes sufren. Vivid con alegría profunda, en verdadera caridad el ministerio ordenado, sirviendo a Dios y a su pueblo y nunca a vosotros mismos.

Practicad la cercanía ministerial teniendo siempre presente el modelo del Buen Pastor y Buen Samaritano, que vino a dar la vida por sus amigos; a buscar y salvar, no a condenar.

Adrián, Daniele, Thierry, tenéis a partir de hoy un nombre nuevo y una nueva misión: Luz de las gentes. Dios ha tocado vuestro corazón para que brille la luz del Resucitado allá donde más falta hace. Dadlo todo y recibiréis todo. El Buen Pastor y Buen Samaritano colmará el corazón de pastor que os ha regalado a cada uno para donarlo dichosamente. Caminad con el pueblo de Dios y sentíos sostenidos por él, por todos nosotros. Recordad que permanecéis en el Corazón de la Virgen del Camino, de san Froilán y, a partir de hoy, también en el de san Juan Bautista. Amén. Amén.