2021 octubre – «Escuchar al espíritu y a los hermanos»

Queridos hermanos y hermanas:

Sínodo es nombre de Iglesia, nombre del Pueblo de Dios, el Pueblo del Camino. Nos descubrimos peregrinos y nos disponemos a caminar juntos en la misma dirección. Necesitamos andar ligeros de equipaje, con pasos firmes y concretos que nos acercan al reino de Dios. El papa Francisco nos ha convocado a tomar parte en un proceso de cambio en la Iglesia. Es importante que encontremos en ello motivos de gozo y que nos impliquemos, sacudiéndonos el inmovilismo, la autorreferencialidad, la desconfianza, la indiferencia, el mero cumplimiento o cualquier otra traba que nos impida vivir en y desde el Espíritu Santo, el gran protagonista del Sínodo, a quien debemos escuchar en primer lugar. Esta actitud de escucha orante nos reúne en comunión fraterna, en esta “hora de todos”, en la que con Jesús decimos al Padre: “Que todos sean uno para que el mundo crea” (Jn 17,21).

Escuchando al Espíritu escuchamos igualmente a los hermanos. Y, al hacerlo, nos involucramos en las tres claves sinodales: comunión, participación y misión. Como ha recordado el papa Francisco en su discurso al inicio del proceso sinodal, la comunión y la misión designan el misterio de la Iglesia. La comunión expresa la naturaleza de la Iglesia Pueblo de Dios que ha recibido «la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos» (Lumen gentium, 5).

Por su parte, la clave de la participación responde al principio de corresponsabilidad y a la necesidad de concretar la sinodalidad. Así, participar es una exigencia de fe bautismal —afirma el papa Francisco—, pues «todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1 Co 12,13). Desde la identidad bautismal, la participación real de todo el Pueblo de Dios ensancha la comunión, de modo que nadie se quede al margen en la vida de la Iglesia.

Como es fácil comprender, el Papa define este proceso sinodal como un «tiempo de gracia» para caminar hacia una «Iglesia sinodal, de la escucha y de la cercanía» que se articule y llegue a consolidarse y permanecer. No es, por tanto, una experiencia pasajera, sino un tiempo llamado a consolidar una vida eclesial abierta donde todos los bautizados puedan sentirse en casa y participar, sin excluir a quienes viven su pertenencia eclesial de forma diversa a la propia. Un tiempo también para sembrar semillas de «escucha». Además de escuchar al Espíritu poniendo de rodillas el corazón, necesitamos escuchar a los hermanos y hermanas en el seno de la Iglesia tanto como al resto de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Porque sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias, especialmente de los pobres y de los que sufren, son a la vez los de los discípulos misioneros de Jesús (cf Gaudium et spes, 1). Nos apremia conocer de viva voz las esperanzas y las crisis de todos, así como los esfuerzos de renovación pastoral y las peculiaridades de cada rincón eclesial. Un tiempo, por fin, para redescubrir la proximidad de Dios, su ternura y compasión. Cercanía compasiva que se plasma en la presencia de los hijos de la Iglesia en medio de la sociedad para estrechar lazos de amistad con las gentes, hacerse cargo de las pobrezas de hoy, sanar las heridas de los corazones humanos.

En definitiva, comencemos el camino sinodal escuchando al Espíritu y a los hermanos para llevar al mundo el aceite del consuelo y el vino de la esperanza de Cristo, Buen Samaritano.

Con mi afecto y bendición.

 Luis Ángel de las Heras, cmf

Obispo de León