Queridos hermanos y hermanas:
El domingo 14 de noviembre hemos celebrado la V Jornada Mundial de los Pobres. El papa Francisco nos ha recordado en su mensaje que «a los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Mc 14,7).
Es un extraordinario desafío de fraternidad y amistad como Iglesia y como discípulos samaritanos de Jesús. Un desafío que consiste en mirar con los ojos de Jesucristo a las personas y, particularmente a quienes sufren las consecuencias de tantas pobrezas. Nuestra respuesta ha de fundarse en la relación inseparable que se da entre el Señor, los pobres, el anuncio del Evangelio y cada uno de nosotros, cada diocesano de la Iglesia que peregrina en León.
Jesús revela el rostro misericordioso de Dios Padre de los pobres. Y los pobres nos permiten redescubrir de manera nueva los rasgos más genuinos del rostro del Padre. Por eso afirma el papa Francisco que «los pobres nos evangelizan». Ciertamente tienen mucho que enseñarnos, sobre todo desde su dolor. ¿Cómo ponerlos más en el centro del camino de nuestra Iglesia?
El Papa nos recuerda algunos medios para lograr redescubrir el lugar central que los pobres tienen entre nosotros: encontrar a Cristo sufriente en ellos, prestarles nuestra voz cuando no la tienen, ser sus amigos, escucharlos, interpretarlos y recoger la sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos. Buen proyecto personal que ha de ser también comunitario, misericordioso y samaritano.
Con dichas consignas, iremos asumiendo que la misión samaritana de la Iglesia no es solo acción –ni mucho menos un «desborde activista», dice el Papa en su mensaje–, sino que tiene una dimensión de contemplación desde el amor: una mirada atenta al otro para considerarlo uno conmigo, hasta el punto de involucrarme con la persona concreta queriendo y procurando su bien. Es el modo que tiene Cristo Jesús de acercarse a la persona humana y compartirlo todo con ella cuando le abre la puerta (cf. Ap 3,20). Esta es la forma de vivir en primera persona la misericordia que nos pone en riesgo –incluso en peligro–, y que trae con su vértigo consecuencias transformadoras. Este modo cristiano de vivir genera fraternidad, amistad, reconciliación, paz, justicia… Una vida cristiana que va más allá de las acciones concretas y es germen del reino de Dios que avanza sin detenerse.
Siempre estamos a tiempo de revisar y cambiar cómo vivimos los cristianos desde esta óptica, reconociendo que el individualismo y el egoísmo que nos consumen producen pobreza. Si de verdad queremos convertirnos y revertir esta situación de muerte, nos ayudaría dejar de ver el mundo dividido entre pobres y ricos para descubrir, como dice el papa Francisco, que muchas pobrezas de los «ricos» se curan con las riquezas de los «pobres». Por supuesto, deberíamos encontrarnos, conocernos y estar todos en condición de regalar y acoger, es decir, de compartir, seguros de que nadie es tan pobre que no pueda entregar gratuitamente algo de sí mismo ni tan rico que no le falte nada.
En la Iglesia tenemos la inmensa fortuna de haber organizado el ejercicio de la caridad, dándole una efectividad admirable, gracias a la colaboración de muchos, que necesita seguir creciendo. No obstante, la Jornada Mundial de los Pobres pone de manifiesto que los discípulos de Cristo no podemos delegar la praxis del amor y la misericordia que Dios nos ha mostrado a través de su Hijo Jesucristo. A Él y a los pobres los tenemos con nosotros siempre para compartir «pobrezas y riquezas» entre hermanos y amigos y dar así al mundo abundante vida y esperanza.
Con mi afecto y bendición.
✠ Luis Ángel de las Heras, cmf
Obispo de León