Contigo y conmigo somos Iglesia, somos discípulos misioneros
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Hermanos y hermanas. Como hemos escuchado en la carta del apóstol Pablo a los efesios: os exhorto a vivir conforme a la vocación que habéis recibido, poniendo empeño en conservar entre todos la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Nos complementamos como hermanos en la edificación de la comunión fraterna y en el envío a la misión evangelizadora y samaritana.
Lo hacemos cada uno desde nuestra llamada personal y comunitaria, por tanto, desde nuestra experiencia de seguimiento de Jesús. Agradezcamos al Señor la gracia que cada uno ha recibido según la medida del don de Dios, sin envidias, celos ni rivalidades.
Reconozcamos la grandeza de esta Iglesia en la que unos han sido constituidos apóstoles, otros profetas, otros evangelizadores, otros pastores y maestros, otros buenos samaritanos…
Como Mateo, también hemos recibido la visita del Señor Jesús, que no ha tenido en cuenta la opinión de otros sobre nosotros para acercarse y llamar a nuestra puerta.
Somos enviados en cuanto abrimos la puerta del corazón al Señor y lo compartimos todo con Él; en cuanto le permitimos entrar y escuchamos cómo debemos colocar las cosas en nuestro interior para disponernos a la intemperie de la misión.
Con hondura y riqueza nos preparamos para ser enviados también cuando ocupamos nuestro sitio, sin rubor, en la mesa del banquete, al lado de quienes Él se sienta y convoca también a su seguimiento.
El banquete de Jesús es un banquete abierto a muchos. Hombres y mujeres que seguimos al Maestro, porque nos hemos encontrado con Él, que es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y queremos vivir con Él y como Él.
Damos gracias a Dios porque nuestra búsqueda existencial ha dado su fruto en el encuentro con Cristo. Él nos ha llamado mirándonos con misericordia. Él nos ha amado como a Mateo. Por eso podemos decir que nos ha visto con la mirada interna de su amor no con ojos corporales. Y porque nos ha amado nos ha elegido y nos ha dicho: «Sígueme, vive, ama y obra como yo».
Igual que Mateo, podemos emprender o reemprender el camino del seguimiento de Jesús. Incluso si hemos estado quietos, paralizados o alejados a causa de algunas dudas, oscuridades, pecados, frialdades del corazón discipular. Siempre podemos levantarnos para reanudar la marcha.
El amor de Jesús nos moviliza cuando lo experimentamos, y nos urge a la conversión, al cambio que solamente tal amor que puede conseguir.
Desde este banquete eucarístico de la unidad, evocando el que celebra Jesús en casa de Mateo, somos enviados todos a anunciar la buena nueva, con gestos sencillos y actitud de lavatorio, para curar a los enfermos y encontrar a otros pecadores como nosotros, porque el Señor ha venido a buscarnos para envolvernos en manto de misericordia y de justicia; para vestirnos de anuncio de gozo y liberación.
Que continúe el pregón glorioso del Señor y lo ampliemos con nuestras vidas para que alcance a toda la tierra y llegue hasta los límites del orbe el lenguaje de amor y salvación de Jesucristo Señor Nuestro.
Virgen del Camino, // queremos caminar juntos y contigo,
andariega del Reino, // hacia los verdes pastos
de una esperanza cierta // que se abre paso y crece
cuando un corazón humano // abre a tu Hijo la puerta.
Amén.