Domingo de Ramos, 28 Marzo 2021
✠ Luis Ángel de las Heras, cmf
Obispo de León
La entrada en Jerusalén pone de manifiesto la búsqueda y necesidad de salvación que tiene la humanidad. Una salvación tantas veces confundida por los hombres con un reino de este mundo del que se pide y espera un poder violento e injusto para ponera a cada uno en su lugar. El Nazareno, cabalgando sobre un pollino prestado, viene como el rey prometido al final de los tiempos. No es un conquistador, sino un príncipe humilde y pacífico, que no hace alarde de su categoría divina, no pretende dominar a nadie y quiere ganar a todos para Dios. Acojámosle también nosotros como el bendito, el enviado, el Mesías, el Maestro de los discípulos misioneros que nos ha elegido y nos ha abierto el oído para enviarnos a decir una palabra de aliento y de buena noticia al abatido.
Aliento y buena noticia que encontramos, aunque parezca paradójico, en la pasión de Jesús. Ahí se nos revela el Mesías, entregado hasta la muerte.
El Hijo de Dios crucificado nos alienta haciéndonos comprender que no hay ninguna situación, por grave que sea, en la que estemos realmente abandonados por Dios.
Por eso sabemos que en este tiempo de pandemia y de otras enfermedades, guerras, catástrofes y sufrimientos por todo el mundo, no nos ha dejado a nuestra suerte. Él está con nosotros y, además, logra que nos sintamos unidos, juntos en la misma barca, y que seamos constructores de fraternidad universal.
Dejemos que la pasión de Jesús tenga lugar en nuestro corazón como buena noticia en medio de tantas que no lo son. En primer lugar, porque Dios comparte totalmente nuestro destino humano y nos enseña que ni las privaciones ni los sufrimientos pueden separarnos de Él, sino unirnos más a Él, aunque alguna vez tengamos que llorar amargamente como Pedro.
Buena noticia porque revela la relación singular de Dios con los hombres, hasta qué punto ama a la humanidad —no hay mayor demostración de amor— y hasta qué punto se compromete Jesús con cada persona humana.
Buena nueva porque muestra que las tinieblas y las dificultades son pasajeras siendo la meta definitiva la resurrección. Así suscita la verdadera esperanza, aunque no tengamos una vida fácil, y sitúa la historia humana y su destino en la luz de la fe en el Padre amado de Jesús, que nos ha ofrecido una confianza sin límites.
Hermanos y hermanas, acojamos la buena noticia de la pasión de Jesús que asume los padecimientos de este mundo y pongamos nuestra mirada esperanzada en el amor vivificante del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.