Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Celebramos esta solemnidad con vosotras, queridas hermanas concepcionistas. Vuestra Orden de la Inmaculada, en sintonía con todo el pueblo de Dios, experimentó y tuvo certeza anticipada del dogma de la Inmaculada.
En vuestros orígenes está la firme convicción de que María de Nazaret, la Nueva Eva, es un protoevangelio, una primera buena noticia, por ser elegida para ser madre de Dios y, por ello, Inmaculada, que hace frente al mal y sale victoriosa.
Al recibir el saludo del ángel, María escuchó una alabanza, que es otra forma de llamarla inmaculada, preparada para la victoria: kecharitomene, la «llena de gracia». La llena de gracia, la Inmaculada, la Purísima, la Nueva Eva… suscita resonancias profundas en nosotros, anhelos y aspiraciones.
Nos sentimos atraídos por la frescura, la inocencia, la liberación del pecado, el triunfo sobre el mal y su condena, de aquella mujer en la que se hizo realidad plena esa santidad a la que lo mejor del corazón humano se siente elegido y destinado.
Cuando hay en nosotros ambigüedad, barro y miseria, necesitamos mirar hacia la verdad y la bondad de Dios y nos sirve la mediación de quien es Inmaculada, Purísima, Llena de gracia y corona de luz de su Hijo Jesucristo.
La liturgia de la Palabra de esta fiesta nos ofrece también un fragmento de la Carta a los efesios en el que se presenta el destino final al que estamos llamados los cristianos. Hay una expresión que se repite tres veces: «En la persona de Cristo». Efectivamente, «en la persona de Cristo» los cristianos nos sentimos llamados, elegidos y destinados a la plenitud de hijos e hijas de Dios.
Mientras caminamos hacia esa plenitud, proclamar a María Inmaculada es afirmar que, «en la persona de Cristo», ella fue bendecida plenamente con toda clase de bienes espirituales y celestiales; fue elegida para ser santa e irreprochable por el amor; fue destinada a la plenitud de la gracia. Todo «en la persona de Cristo», por los méritos de Cristo, por el que nos viene la redención.
Ella, recibió un corazón noble y generoso, que escuchó y guardó la Palabra. Ese corazón inmaculado es retrato fidelísimo de la Virgen María (cf. LF 58). Así la Palabra da fruto en su vida y podemos proclamar «Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1,45).
San Justino mártir, tiene una hermosa expresión, en la que dice que María, al aceptar el mensaje del ángel Gabriel, concibió «fe y alegría». En la Madre de Jesús, la fe ha dado su mejor fruto, y cuando nuestra vida espiritual da fruto, nos llenamos de alegría, que es el signo más evidente de la grandeza de la fe (cf. LF 58).
Hoy estamos cansados de encontrar y provocar desconfianza y tristeza, incertidumbres y miedos. Miremos a la Inmaculada respondiendo sí al plan de Dios para traernos confianza y alegría. Escuchemos la Palabra y digamos sí para acercarnos más al Reino; para continuar preparando el camino de alegría que necesita nuestro mundo: el proyecto de salvación de Dios para la humanidad, que quiere contar con la libre adhesión de cada persona humana, como contó con el sí de la Virgen María, la llena de gracia, la Inmaculada Concepción.