Queridos hermanos y hermanas:
La solemnidad del Corpus Christi, el Día de la Caridad, brilla de modo singular con la luz inconfundible del Evangelio: contemplamos al Señor Sacramentado y a los hermanos más pequeños en unidad teologal y de entrega cristiana personal y eclesial. Como pueblo de Dios que adora y camina, descubrimos las llagas de Cristo en la Eucaristía y en el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas aquí cerca y allá lejos, mientras escuchamos: «cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
En el misterio de la Eucaristía celebramos que el Señor cumple su promesa de permanecer junto a nosotros hasta el fin de los tiempos. Con Él, podemos construir la fraternidad desde los que están más abajo, sin olvidar a nadie, con la firme esperanza de ser cada día más pueblo de Dios en camino.
Además de exigir a los poderes públicos la atención a los últimos de la sociedad y la defensa de los derechos humanos de todos para vivir una vida digna, los cristianos debemos estar dispuestos a dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza acercándonos fraternalmente con la mano tendida a cuantos merecen alcanzar o recobrar la dignidad humana y la grandeza de ser hijos e hijas de Dios, con el fin de que lo consigan.
La entrega cristiana, generosa y revolucionaria, no busca recibir un veredicto favorable del Juez Misericordioso para alcanzar la “vida eterna” (cf. Mt 25, 46); brota, sin esperar recompensa, del corazón eucarístico de un discípulo misionero de Jesús. Un corazón acrisolado por el fuego del amor, de la justicia y de la misericordia de Jesucristo en quien vemos al pobre, igual que en el rostro del pobre descubrimos al Señor. Contemplar al uno en el otro nos permite experimentar, como miembros del Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios, que vimos forastero al Señor y le hospedamos, desnudo y le vestimos, enfermo o en la cárcel y le visitamos (cf Mt 25, 38-39).
Las consecuencias de la Covid-19 se traducen en los muchos rostros y situaciones de los ‘hermanos más pequeños’ que nos necesitan y han de contar con nuestra proximidad, colaboración, amor y ayuda solidaria. Tenemos que poder alzarnos todos juntos de esta postración universal, que encierra otras muchas postraciones, y caminar como un solo Cuerpo, como un mismo Pueblo, hacia un mañana nuevo y luminoso.
Que en la solemnidad del Corpus Christi sepamos adorar la Eucaristía que desprende la luz y el calor de la presencia transformadora de Cristo en este mundo. Nosotros somos trabajadores y testigos de este milagro permanente de fe, amor y esperanza del Señor: milagro de fraternidad que, con nuestra colaboración, ensancha el pueblo de Dios impulsándolo a un valiente encuentro con el mundo, comenzando por sus periferias.
La Virgen Madre, portadora del Señor, nos alienta en esta misión fraterna que nos impulsa a hacernos cargo de los más pequeños para que crezca el Cuerpo de Cristo, pueblo de Dios, con las manos, los gestos y las miradas tendidas hacia todos. De suerte que encuentre al Señor el que le busca y todos lleguemos un día a formar parte de su Pueblo universal, de su Cuerpo santo.
Con mi afecto y bendición.
✠ Luis Ángel de las Heras, cmf
Obispo de León