2021 febrero – «La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido»

Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia que peregrina en León:

Este 2 de febrero de 2021 conmemoramos la XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada. La primera se celebró en 1997. Fue instituida por san Juan Pablo II con el fin de ayudar a la Iglesia a valorar cada vez más el testimonio de los consagrados. Igualmente, el Papa quiso que la Jornada fuera una ocasión propicia para que las personas consagradas renovaran los propósitos y reavivaran los sentimientos que deben inspirar su entrega al Señor.

San Juan Pablo II fijó tres objetivos: alabar y dar gracias al Señor por el gran don de la vida consagrada que enriquece y alegra la comunidad cristiana; promover en el pueblo de Dios el conocimiento y la estima de la vida consagrada; invitar a las personas consagradas a celebrar juntas las maravillas que el Señor realiza en ellas.

En España, el lema de este año recoge los acontecimientos actuales y las llamadas evangélicas del papa Francisco. “Parábola de fraternidad en un mundo herido” es un nombre profético de la vida consagrada en estos momentos de la historia. Con los mismos problemas, esperanzas y desafíos que el resto de los miembros del pueblo de Dios y de nuestra sociedad, la vida consagrada es y debe seguir siendo parábola profética de gracia.

La diócesis de León es rica en vocaciones a la vida consagrada. Hemos de dar muchas gracias a Dios por tanto don como hemos recibido, que deja su huella evangélica en todos los que experimentamos la cercanía de los consagrados como testimonio de entrega a Dios y a los hermanos.

Las personas consagradas van siendo menos y mayores, pero no han perdido la apertura al amor de Dios y al Evangelio de Jesús: siguen siendo testigos y profetas de la alegría y la esperanza que brotan del encuentro con el Señor. Unidas entre sí, con Él en el centro, son capaces de navegar hacia todas las orillas donde se las necesita: su vida y misión las consagra para ir, ver y habitar las periferias, que constituyen el centro del corazón de Cristo, pues el Reino de Dios tiene por capital las orillas de este mundo.

Una orilla nueva y dolorosa está siendo, en los últimos meses, la de la pandemia del COVID-19 y sus consecuencias. En las periferias del sufrimiento, la precariedad, la depresión, la incertidumbre y la muerte, las personas consagradas se han comprometido fraternalmente, mostrándose expertas en evangelio y humanidad, sobre todo con los más vulnerables.

Su parábola de fraternidad en un mundo herido ha brillado como una luz de sosiego y esperanza en esta situación de emergencia humanitaria. En las residencias de ancianos donde el virus ha hecho mella; en los hospitales junto a los profesionales de la salud, o como parte de ellos; conviviendo con menores sin familia, personas con adicción, discapacidad o enfermedades psíquicas; acogiendo a peregrinos, a personas sin hogar y a víctimas de malos tratos, de prostitución y de trata humana; respondiendo a los desafíos de la educación; acompañando y consolando en la soledad; confeccionando mascarillas; orando esperanzadas en los coros de los monasterios.

Como hemos dicho los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada (CEVC) en el mensaje para esta Jornada, la entraña parabólica de los consagrados se convierte en aceite y vino para las heridas del mundo, vendaje y hogar de la salud de Dios. Demos gracias al Señor por ellos y con ellos, tejedores de lazos samaritanos hacia dentro y hacia fuera, seguidores cercanos de Jesucristo, Buen Samaritano.

✠ Luis Ángel, cmf
Obispo de León