2021 diciembre – «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1)

Queridos hermanos y hermanas:

Comienza el Adviento y disponemos el corazón para celebrar la Navidad como pueblo en camino. Seguimos experimentando las tinieblas no solo en particular, sino como humanidad, como naciones, como sociedad, como Iglesia, como comunidades cristianas. Queremos alzar la cabeza con dignidad para contemplar la gran luz de la salvación que brilla en medio de la noche.

No es un tiempo de adviento más, sino el mejor de los advientos para preparar la celebración del Nacimiento del Mesías, el Señor, la luz que necesita cada uno, nuestro mundo, nuestra Iglesia en proceso sinodal, la luz que necesitamos todos. La profecía de Isaías describe lo que somos y experimentamos y señala la noche en la que, aunque la oscuridad predomina en la tierra, se renueva el acontecimiento histórico que nos asombra y estremece. No olvidemos que miramos el mundo y la historia con los ojos de la fe.

Queremos caminar juntos, superar nuestras diferencias, acelerar los pasos de una fraternidad revolucionaria que está regida por la gratuidad, sin medir lo que damos a los hermanos y lo que recibimos a cambio (cf FT 140). Podemos caminar de este modo porque el Señor es fiel e ilumina nuestro camino como luz sin tiniebla alguna (cf 1 Jn 1,5), mientras nosotros somos pueblo fiel e infiel, con luces y sombras… pueblo siempre pendiente de conversión que no quiere ser errante sino peregrino.

Repasemos cada uno nuestra historia personal para que sea cada vez más historia del nosotros eclesial, historia de la Iglesia pueblo de Dios. Dios acampa entre nosotros y en torno a Él nos unimos para caminar. La intemperie heladora y tenebrosa que nos aísla no puede entrar en los corazones que han sido creados para acoger a Cristo el Señor que viene a nuestro encuentro como Luz en cada persona y en cada acontecimiento. No ha lugar para el rechazo ni la condena de nadie.

Nos disponemos en este final de 2021 a festejar que la gracia de Dios viene a este mundo y trae la salvación a todos los hombres. Somos Iglesia que quiere contemplar la luz de la justicia, la verdad, el amor y la paz, evitando todo lo que nos hace retroceder y ser no-pueblo; todo lo que nos separa, enfrenta y encierra. Ahora somos pueblo de Dios y no queremos volver a ser no-compadecidos, sino objeto de compasión (cf 1 Pe 2,10).

He celebrado el comienzo del Adviento en la “Residencia San Juan Pablo II”. Allí, con sacerdotes y laicos de muchos años gastados en la entrega del ministerio o de la familia, he contemplado cómo la esperanza es más fuerte cuanto más difíciles son los días de nuestra vida. A través de sus sonrisas y sus rostros surcados por una existencia profunda, he orado por toda la Diócesis, pueblo de Dios bajo el manto de la Virgen Blanca, Nuestra Señora del Camino, Madre de la esperanza, andariega del Reino, que comparte nuestra peregrinación hacia la tierra de la promesa.

Que los sueños de cada uno sean sueños compartidos, de modo que abracemos juntos como hermanos los sueños de Dios que se hizo carne, acampó entre nosotros y nos mostró su gloria, gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad (cf Jn 1,14). No hemos de temer las tinieblas porque las disipará la gran luz que esperamos ver con los ojos de la fe y del amor (cf Is 9,1).

Con mi afecto y bendición.

 Luis Ángel de las Heras, cmf

Obispo de León