¡Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios!
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Hermanos y hermanas, la fiesta del Corpus Christi causa en nosotros siempre una gran admiración. Admirable sacramento que aumenta nuestra fuerza para caminar.
Como el pueblo de Israel guiado por Moisés, nosotros también reconocemos que Dios nos ha salvado y nos invita a ser sus colaboradores. ¡Qué inmenso don! La sangre, símbolo de la vida, sella el pacto creando una comunión total entre Yahvé y su pueblo hasta el punto de que comparten destino. Dios no abandona nunca a su pueblo. En íntima conexión, la alianza definitiva se da en Jesucristo. Su sangre derramada es vida nueva que nos abre a la comunión plena con el Señor y nuestro camino es el mismo Cristo a través de quien llegamos al Padre. Es como para cantar sin cesar el salmo: ¿Cómo podremos pagarle al Señor tanto bien como nos ha hecho?
En el evangelio, la preparación de la comida pascual nos muestra cómo el Señor dispone el camino de la entrega y no le sorprende ni domina. Su actitud de donación es permanente. Está dispuesto a darse. El banquete pascual está lleno de gestos y palabras que trascienden los elementos propios de aquella tradicional comida judía. Se manifiesta en el cenáculo el culmen de toda la vida de Jesús, donada a favor de la humanidad. En el pan y en el vino eucarísticos está presente la vida como don. Quienes comemos de ese pan y bebemos de ese cáliz debemos adoptar la misma actitud de Jesús. Esa es la fuerza de transformación que tiene la comunión del pan vivo que da vida. Cada vez que nos acerquemos a comulgar debemos estar dispuestos a darnos como Jesús, a favor de nuestros hermanos, especialmente los más necesitados.
Con esta extraordinaria invitación, el Señor Jesús ha querido permanecer en medio de su pueblo hasta el fin de los tiempos en el pan eucarístico. Su mesa nos convida a reunirnos en un mundo nuevo. Como Pueblo de Dios en camino escuchamos su palabra que dirige nuestros pasos peregrinos hacia la unidad de todos los pueblos y naciones, hacia la fraternidad universal. El empeño de Dios ha de ser el nuestro para que nadie quede fuera. Nuestra catedral, nuestra diócesis, nuestro altar eucarístico son casa, pueblo y mesa de hermanos en Cristo, con vocación de ser más casa, más pueblo, más mesa con más hermanos y amigos. Sedientos todos de paz y caridad, de justicia y libertad tal y como nos las comparte Dios en Cristo Jesús por medio del Espíritu Santo.
Hermanos, hermanas, reconocemos en el pan eucarístico al resucitado que estuvo colgado en la cruz y en el cáliz de la nueva alianza su sangre derramada, fuente de vida eterna. Tomemos y comamos el cuerpo de Cristo para ser nosotros miembros de Cristo. Tomemos y comamos el cuerpo de Cristo para ser más Cuerpo santo, más pueblo de Dios que convoca a la unidad, a la mesa fraterna del amor. Cantemos hoy este misterio y vivámoslo cada día con pasión. Amén.