Centenario de La Legión de María
✠ Luis Ángel de las Heras, CMF
Obispo de León
Queridos hermanos y hermanas, el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres; ha hecho maravillas en su humilde sierva, escogida por Él para Madre de Dios y nuestra, a quien justamente llamamos bienaventurada de generación en generación.
La celebración del centenario de la fundación de la Legión de María tiene este eco que acabo de evocar. Durante estos cien años, sesenta y cuatro en León, habéis contribuido a la misión evangelizadora y samaritana de la Iglesia. Todo ello ha sido y es posible por la oración, la formación y el compromiso voluntario de cada miembro de la Legión. Oración, formación y compromiso de espíritu comunitario con María en medio, como estuvo ella con los apóstoles después de la crucifixión, muerte y resurrección de Jesús esperando el Espíritu Santo.
Dar gracias por estos cien años, con una memoria agradecida, nos impulsa a vivir el presente con entrega apasionada, sin lamentos ni nostalgias, conscientes de que “a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”. La memoria agradecida y el presente apasionado nos invitan a mirar al futuro con esperanza, renovando nuestra conciencia de elegidos y predestinados a colaborar en la obra de Dios, camino de su Reino nuevo.
María es quien mejor nos puede guiar hacia ese futuro porque concibe y da a luz al Dios-con-nosotros, príncipe de la paz, esperanza del pueblo peregrino que formamos.
El amor a la Virgen que tenéis los miembros de la Legión de María une pasado, presente y futuro. Un amor que os impulsa a evangelizar y comprometeros con generosidad. La vuestra es una entrega confiada. Ella guía vuestras mentes y corazones y los abre a la acción del Espíritu Santo y al encuentro transformador con su Hijo Jesús.
Las dimensiones misionera y samaritana también traspasan el tiempo. Vuestro fundador, Frank Duff comprende, desde su vocación laical, que es hijo de una Iglesia misionera que tiene que llegar a los más diversos lugares, incluidas las periferias que tanto mencionamos hoy, con la fuerza de los hermanos que rezan unidos con María. Así, la luz de vuestro amor a la Madre llega a quienes viven la oscuridad de la enfermedad y el dolor, siendo expresión de la Iglesia samaritana que recibe a todos los que están cansados y agobiados.
La Virgen María permanece junto a vosotros, como también permaneció con el primer grupo de discípulos alentando con su amor los comienzos de la primera comunidad cristiana, de la primitiva Iglesia. Una comunidad que es modelo de oración unánime y de fraternidad alentada por la Madre de Dios y nuestra. Modelo que debemos mirar siempre para construir la Iglesia de cada momento de la historia.
Agradecidos, apasionados y esperanzados, acudimos a la Virgen María para poner en sus manos maternales nuestras preocupaciones y esperanzas.
Que en este centenario confirmemos el amor a los hermanos y a la Virgen María, cuya fiesta de la Natividad estamos adelantado ya hoy. Ella nos da seguridad y nos ofrece compañía. No nos cansemos de orar juntos con Ella. Obtendremos frutos de amor, de sencillez, de concordia, de comunión, de paz, de escucha del Espíritu para orientarnos en la vida, de comunicación de la alegría de Dios para la humanidad.
En nuestra vida, sea cual sea nuestra circunstancia personal —desde luego, todos inmersos en este momento difícil para la humanidad entera—, vivamos como gentes de esperanza, amigos fuertes del Señor, hermanos todos, hijos de Dios Padre y de la Virgen Madre. Hombres y mujeres que aman como Cristo Jesús enseña. Hombres y mujeres que creen y esperan con nuestra Madre, la Virgen María, y como ella.
Amén.