28 de enero de 2021
«¡Nada más que tú, Señor Jesús!».
✠ Luis Ángel de las Heras, cmf
Obispo de León
Querido hermano D. Jesús, Obispo de Astorga, Sr. Director del Centro Superior de Estudios Teológicos, Sra. Directora de la Escuela Universitaria de Trabajo Social “Virgen del Camino”, Sr. Director de la Escuela Diocesana de Formación “Beato Antero”, Sres. Rectores y formadores de los seminarios diocesanos San Froilán, Redemptoris Mater “Virgen del Camino” de León y “La Inmaculada y Santo Toribio” de Astorga, profesores, sacerdotes, seminaristas y alumnos del Centro Superior de Estudios Teológicos.
Nos reunimos con las limitaciones propiciadas por la pandemia, trayendo a la mesa de la Eucaristía los sufrimientos de nuestro mundo, como siempre hemos de hacer. Recordamos y oramos singularmente este año por tantos hermanos nuestros que padecen a causa del COVID-19 y todas sus consecuencias, aquí y, aún más, en otros lugares de la tierra con mayor vulnerabilidad.
En medio de la realidad que vivimos damos gracias a Dios, por poder celebrar, alegres en el Señor, la festividad de un insigne discípulo que ha aprendido toda su vida a los pies del único Maestro y nos ha mostrado el camino para conocer a Jesucristo, el Salvador. Santo Tomás de Aquino, discípulo que enseña. Su vida de hombre de Dios y su obra de sabiduría de Dios, son hoy para nosotros guía en esta misión académica para la vida y para que muchos tengan vida.
Afirma Benedicto XVI que la gran obra de santo Tomás fue mostrar que entre fe cristiana y razón subsiste una armonía natural. Asimismo, comenta que lo hizo en un momento de la historia en el que parecía que la fe debía rendirse ante la razón; que lo que parecía razón incompatible con la fe no era razón y lo que se presentaba como fe no lo era porque se oponía a la racionalidad (cf. Benedicto XVI, Catequesis “santo Tomás de Aquino”, Audiencia general, 2.06.2010). Su gran aportación sigue siendo un desafío para nosotros hoy.
Respondiendo a esta talla de inteligencia y santidad, la misión de nuestros centros de estudios, de profesores y alumnos, no es una erudición desencarnada. El don del conocimiento que recibís y cultiváis en vuestras aulas llega a todo lo que el Maestro revela en la historia de la salvación manifestada en Jesucristo, palabra del Padre. Este esfuerzo que hacéis es necesario para la misión de anunciar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a Jesucristo, de tal modo que pueda ser conocido, amado, servido y alabado. Es una tarea ardua, pero contamos siempre con el viento favorable del Espíritu Santo.
Por nuestra parte, para mantener encendida la lámpara de Cristo, hemos de añadir el aceite nuevo de la santidad al del estudio y la enseñanza, como supo hacer santo Tomás, de modo que brille la luz de la predicación en medio del santo pueblo de Dios. Una predicación sencilla, inteligible, breve, certera y, por su puesto, una predicación de santidad. Es decir, de actitudes y obras santas que hacen creíble la palabra durante su siembra y después de la sementera hasta que dé fruto.
Como nos ha recordado la carta a los Hebreos, el contenido de la Palabra es la buena noticia de la redención a la que tenemos acceso por la misma sangre de Jesús. Por eso, estamos invitados a acercarnos con confianza, es decir, con corazón sincero y lleno de fe. Después, nuestra purificación y la entrada en el santuario de la redención gracias al sacrificio de Cristo consisten, siguiendo al Maestro, en la entrega personal y viva a Dios que se realiza por la fe, la esperanza, el amor y las buenas obras con una generosidad sin medida.
Esta palabra de salvación, vivida y proclamada es luz que no puede quedar oculta, sino que debe iluminar la travesía de los hombres y mujeres de nuestro tiempo que necesitan descubrir el camino de la esperanza a la que hemos sido convocados todos como hermanos hasta profesar con los labios y con el corazón: El Señor es mi luz y mi salvación, el Señor es la defensa de mi vida y de la vida de mis hermanos los hombres (cf. Sal 27).
Finalmente, ¿qué hemos de esperar como discípulos misioneros de sabiduría y santidad? Pues sencillamente esperemos la medida que usemos en la entrega personal y viva a Dios. Oremos y luchemos para que sea la misma medida que da y recibe santo Tomás según el episodio que cuentan como resumen de su vida y sus enseñanzas, que ya conoceréis y os recuerdo.
Sucedió que mientras oraba ante el crucifijo le escucharon que preguntaba con preocupación al Crucificado si cuanto había escrito sobre los misterios de la fe cristiana era correcto. Entonces, el Señor le dijo: «Tú has hablado bien de mí, Tomás. ¿Cuál será tu recompensa?». Y Tomás de Aquino respondió: «¡Nada más que tú, Señor!» (cf. Jean-Pierre Torrell, Tommaso d’Aquino. L’uomo e il teologo, Casale Monferrato, 1994, p. 320).
Ojalá que, con sabiduría y santidad, sea también ésta nuestra respuesta, la medida que usemos, y sepamos apreciar y recibir la perla de incalculable valor: «¡Nada más que tú, Señor Jesús!». Amén.