D. Jesús Miguel Martín Ortega – (Diario de León, 04/05/2024)
Jesús muestra un modo nuevo de relación entre Maestro y discípulos, nueva relación que será determinante a la hora de alcanzar la plenitud de la vida cristiana, de tal manera que el creyente que ignora esta singular relación con el Maestro desconoce el núcleo y la esencia del vivir según Cristo. Sin duda que resultarían extrañas y sorprendentes aquellas palabras del Señor que situaban dicha relación no tanto en el terreno doctrinal o teórico sino en el de la práxis del amor, único mandamiento de Jesús.
Las consecuencias de la innovación promovida por Jesús desborda el horizonte religioso para afectar también las relaciones personales y sociales. En nuestros días está arraigando la expresión de amistad social, como un signo del amor fraterno. La amistad social es reconocer a toda persona como tal y amarla de modo que me permita escuchar, participar e integrar a todos en la construcción de una sociedad más justa y solidaria, partiendo desde las estructuras más locales hacia las más universales. Según esto la amistad social no queda reducida al compromiso cristiano sino que concuerda con la propia realidad humana. Una vez más lo humano y lo cristiano se confunde hasta el punto de identificarse en sus aspectos más esenciales: Nada hay verdaderamente cristiano que no sea humano, y nada hay verdaderamente humano que no sea, por eso mismo, cristiano. Esto explicaría que toda crisis de valores humanos afecta negativamente a la vida cristiana y toda crisis de valores cristianos conlleva una cierta deshumanización de la vida social.
La propuesta de una amistad social, vinculada con la fraternidad universal, conduce a una siembra universal de la paz y, al mismo tiempo, a una cercanía especialmente con los más pobres y necesitados, los más vulnerables y marginados. En este humano acercamiento será necesario promover y desarrollar una cultura del cuidado que permita retomar la búsqueda del bien común, más allá del interés general.
