Jesús Miguel Martín Ortega – (Diario de León, 28-X-2023)
Una de las características, propia de nuestra sociedad occidental, es la profusión de leyes. En nuestro país, con diecisiete parlamentos autonómicos promulgando leyes, no resulta extraño que haya letrados que ya no conocen toda la legislación vigente.
En circunstancias parecidas vivía la saciedad judía de tiempos de Jesús de Nazaret. Los escribas hablaban de seiscientos trece mandamientos contenidos en la ley. En tal situación, hay una pregunta pertinente: ¿cuál es el mandamiento principal?
Soslayar esta cuestión es confundir lo esencial con lo accidental, con las graves consecuencias que esto tiene para la vida de las personas. Como ejemplo de confusión, está el hecho de que se llenen los gimnasios y se vacíen los lugares de meditación y oración: resulta más relevante el aspecto corporal que la atención y cuidado del interior.
Pese a toda confusión, el ser humano es buscador de lo que verdaderamente vale. De forma más o menos consciente, siente la insatisfacción de lo irrelevante e indaga sobre aquellas realidades esenciales que sustentan su propia existencia. Ante tantas leyes y mandatos, ¿qué es lo primero y principal?
La respuesta del Jesús no deja lugar a dudas: lo primordial, lo esencial, es el amor. Por precisar más, al dirigirse a entendidos en leyes, les revela las dos dimensiones en la vivencia del amor: une la ley conocida por todos, el “shemá” (Deuteronomio, 6: “El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”) y una ley recogida en el libro del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19, 18). Estas dos dimensiones complementarias hacen que el amor sea vivido de forma plena, pues un amor a Dios dando la espalda al prójimo, o un amor al prójimo dando la espalda a Dios resulta siempre insuficiente. Que la respuesta atinada de Jesús a la pregunta pertinente nos mueva a descubrir lo esencial en el amor a Dios y al prójimo.
