Liturgia Dominical – TIEMPO DE AVIVIAR LA ESPERANZA

Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 12-XII-2023)

Decir Adviento es decir esperanza. Tiempo especial para escuchar lo que Dios quiere, para esperar la salvación que nos ha prometido. Espera atenta y vigilante. «Estad atentos, vigilad» (cf. Mc 13,33-37). En el silencio de nuestro corazón podemos descubrir nuestra situación, como Isaías descubre la realidad del pueblo de Israel que ha regresado del exilio (cf. Is 63,16c-17.19c; 64,2b-7). Caeremos en la cuenta de que nos hemos extraviado de los caminos del Señor; se ha endurecido y corrompido nuestro corazón con el afán desmedido del bienestar terreno; la sociedad se ha secularizado y Dios ya no cuenta en la vida de una gran parte de ella; la cultura que estamos desarrollando, lejos de ennoblecernos, nos hace cada vez más inhumanos; algunas leyes amenazan una convivencia estable entre nosotros; crisis económica y de valores; inflación económica, desencanto religioso… Parece que nuestro mundo marcha sin rumbo y carece de esperanza. Pero «vigilar» significa también estar activos. Mientras el Señor vuelve, hemos de cumplir fielmente la misión que a cada uno nos encomendó; la vigilancia, nacida de la fe, compromete seriamente la vida. Tenemos la firme esperanza de que Dios quiere salvar al mundo. Por eso le decimos con el profeta Isaías: «¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!… Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre desde siempre es nuestro Libertador». Dios, una vez más, nos ofrece a su Hijo, que nos trae la gracia de la salvación; viene a enriquecernos con sus dones y hacernos participar de su propia vida y de su propia manera de ser y de obrar; viene a darnos el perdón, una fe más firme que oriente la existencia, la fraternidad y la paz. Acoger gozosamente el regalo que Dios nos hace y desear el encuentro con Él, será un buen programa para el Adviento, encuentro que experimentaremos a través de la Palabra y de la Eucaristía, de la oración y la reflexión. Dios es Padre que ama a sus hijos. Nosotros somos la arcilla y Él el alfarero. Dejemos que nos moldee como a Él le parezca.