Jesús Miguel Martín Ortega – (Diario de León, 7-X-2023)
Cuando hablamos de temas religiosos solemos hablar de Dios desde nuestra perspectiva, siempre limitada y parcial. La parábola que recoge el evangelio que se proclamará este domingo nos presenta la interpretación de la historia desde la perspectiva del Hijo de Dios. Es de fácil comprensión; sin duda, es la parábola más dura que Jesús pronunció contra los dirigentes religiosos de su pueblo. Muestra la historia de Dios con su pueblo elegido. Es una historia triste, de amor no correspondido. Dios había cuidado con todo cariño a su pueblo; era su viña preferida. Esperaba espléndidos y abundantes frutos. Sin embargo, aquel pueblo tan querido por Dios fue rechazando y matando, uno tras otro, a los profetas que Dios les iba enviando para recoger los frutos esperados. Por último, en un gesto increíble de amor, les envió a su propio Hijo diciéndose: Tendrán respeto a mi Hijo. Pero los dirigentes de aquel pueblo, lejos de acogerle, escucharle, aceptarle… acabaron con él.
La situación que describe es trágica: matarán al Hijo. Quitándole de en medio podrán sentirse ya propietarios de la viña. La pregunta que llega al corazón es lógica: Cuando vuelva el dueño de la viña ¿qué hará con aquellos labradores?
Podemos imaginar a aquellos dirigentes escuchando atentamente las palabras de Jesús y respondiéndole a la pregunta crucial con el mismo tono grave de la parábola: Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos.
Jesús, apoyado en su respuesta, les sorprende aplicando directamente la parábola a su modo de proceder: Por eso se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. La parábola de Jesús nos llega hoy a nosotros con toda su frescura e interpelación. ¿Tendrá que decirnos el Señor lo mismo? Seguro que hay otro modo de dar al dueño de la viña los frutos que espera de cada uno. Aunque no es otoño de muchos frutos.
