Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 7-V-2023)
Este domingo se centra en esa parte del discurso de despedida del Señor que trata sobre la realidad que seguirá a Cristo después de su muerte y resurrección y a nosotros, si nos mantenemos fieles a su amor. Jesús va a prepararnos un sitio en la gloria, pues allí hay muchas estancias. Estamos llamados a vivir con él eternamente, y todo como fruto de su entrega, de su Pascua. Para llegar a esta meta el camino es el mismo Jesucristo. Él se autodefine como «camino, verdad y vida»; nadie va al Padre sino por él. Él está en el Padre y el Padre en él; verle a él es ver al Padre. Todo lo que hace Cristo, lo realiza el mismo Padre. Entre ambos hay una unidad indescriptible. Pero también el que cree en Cristo pasa a ser una realidad con él, de suerte que hará sus mismas obras e incluso mayores, ya que Cristo intercede por él ante el Padre. Jesús nos une a él y quiere hacernos participar de su vida, de la misma que recibe del Padre (evangelio: Jn 14,1-12). Justamente, por nuestra inserción en Cristo formamos un sacerdocio sagrado y constituimos el templo del Espíritu. Somos una raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de las tinieblas y a entrar en su luz maravillosa (segunda lectura: 1Pe 2,4-9). Hemos de dar el culto de las buenas obras. Esto lo llevamos a cabo en el trabajo y actos de cada día, pero sobre todo en las celebraciones litúrgicas, principalmente en la Eucaristía. Por medio de Cristo, damos un culto santo a Dios Padre en el Espíritu. El Señor es nuestro camino, verdad y vida: por medio de él glorificamos al Padre y él nos santifica y nos comunica todo don. Además, todo cuanto pedimos es por Jesucristo nuestro Señor. Indubitablemente en este pueblo sacerdotal hay diversidad de carismas: unos se dedican más a la oración, al servicio de la Palabra y los sacramentos: los obispos y sus colaboradores, los sacerdotes; otros se dedican a la administración: los diáconos (primera lectura: Hch 6,1-7). Cada uno deberá actuar según el don del Espíritu, abandonando siempre la antigua vida de pecado y viviendo la novedad de la vida eterna. Es el espíritu de la Pascua.