Liturgia Dominical – CON CRISTO, PAN DE VIDA

D. Florentino Alonso Alonso – (Diario de León, 10/08/2024)

Prosigue la temática fundamental del pasado domingo. Ante la afirmación de Jesús de ser el pan de vida bajado del cielo, se levantan los judíos invocando su aspecto humano: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?» Manifiestan su falta de fe en él y su ignorancia sobre su persona. Ante esto, Jesús tiene que decir una verdad muy dura: los judíos no le aceptan ni vienen a él porque no tienen al Padre. No escuchan al Padre y, por eso, permanecen en sus opiniones desviadas. El pan que da Cristo es superior al que comieron sus antiguos padres. Aquel pan no daba la vida, pues todos murieron. En cambio, el pan que da la vida es Cristo, pan vivo bajado del cielo; el que lo come vivirá para siempre (cf. Jn 6,41-51). Jesús es el pan que el Padre ofrece a este mundo hambriento de vida. Se le “come” mediante la fe. Creer en él, acogerle, comulgar con su persona, es la respuesta adecuada. Pero reaccionamos con incredulidad. Nada nuevo, pues ésta es la constante de la historia de la salvación. Dios toma la iniciativa, ofrece la vida a través de su Hijo y el mundo la rechaza negándose a dar una respuesta de fe.

De este pan fue figura el que comió Elías en el desierto, cuando perseguido y cansado, pedía la muerte (cf. 1Re 19,4-8). La Iglesia, desde antiguo, ha visto en la comida ofrecida a Elías una imagen de la Eucaristía. En ayuda nuestra viene nuestro Señor Jesucristo, Palabra y Pan de Vida. En el desierto de nuestra vida, el Señor nos sigue dando un alimento que es su propio Hijo, el Pan bajado del cielo. En él encontramos la energía que necesitamos para vivir en el amor como Cristo y para llegar a nuestra meta sin desfallecer. Con él podemos ser «imitadores de Dios, como hijos queridos y vivir en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor» (cf. Ef 4,30-5,2). Sin él, lo veo difícil, por no decir imposible. Es decir, la Eucaristía se vive también mejor en la medida que amamos a nuestros hermanos.