Liturgia Dominical – “BIENAVENTURADOS”

Jesús Miguel Martín Ortega (Diario de León, 28-I-2023)

   Sabemos que somos seres felicitantes, es decir, hechos para ser felices, o dicho de otro modo, con el fin último de ser felices. Esta realidad se ha reflejado en una búsqueda incesante de la felicidad a los largo de la historia humana. De la multitud de experiencias de búsqueda algunas consecuencias podemos extraer: primero, no todos los medios ni todos los caminos conducen a la felicidad; segundo, incluso por aquellos caminos que nos acercan al objetivo, la felicidad plena trasciende el espacio y el tiempo; tercero, estamos, pues, abocados a vivir aquí y ahora una felicidad parcial, abierta a una plenitud trascendente.
Entre las propuestas que se han formulado para alcanzar el fin que anhela nuestro corazón sorprende sobremanera la propuesta de Jesús de Nazaret: sorprende por inaudita, audaz, intemporal, impopular y dirigida no tanto a las circunstancias externas en las que vive cada persona cuanto a su más recóndita interioridad. Me refiero a las bienaventuranzas. No plantean metas parciales; no constituyen medios atractivos; no casan con ninguna ideología conocida; no pueden asumirse por mera inercia social. Al contrario, señalan un determinado estilo de vida; exigen una apuesta radical por romper con el propio egoísmo; suponen una novedad que compromete la vida entera; implican la apertura a los demás y a Dios.
Las bienaventuranzas expresan una forma particular de vivir, de relacionarse con uno mismo, con los demás, con Dios. Suponen posicionarse contra corriente de los criterios imperantes en nuestro mundo occidental que privilegia actitudes no sólo diferentes sino radicalmente opuestas. Para nuestra cultura los dichosos son los ricos, los impasibles, los que ríen, los que pasan de compromisos, los inmisericordes, los de duro y sucio corazón, los que reclaman sus derechos con violencia, los que se saltan las leyes o se ponen por encima de ellas. Sin embargo, esto no nos hace felices y la propuesta de Jesús, sí.