Cada día su Afán – UNA LECCIÓN SOBRE EL AMOR

Rvdo. D. José Román Flecha Andrés  (Diario de León, 15-I-2023)

Para asombro de muchos, en su encíclica Deus caritas est, el papa Benedicto XVI recordaba que, según Nietzsche, el cristianismo “habría dado de beber al eros un veneno, el cual, aunque no lo llevó a la muerte, lo hizo degenerar en vicio”.
El mismo Papa comentaba que este pensamiento del filósofo alemán se encuentra muy difundido en nuestros días. Muchos piensan que la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, convierte en amargo lo más hermoso de la vida, que es el amor.
Esa acusación exige una seria reflexión sobre el ser humano. Tras recordar lo que implicaba en la antigüedad esa fascinación por el amor erótico, añade Benedicto XVI que “el eros necesita disciplina y purificación para dar al hombre, no el placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera lo más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser” (DCE 4).
Según el Papa emérito, “el eros, degradado a puro sexo, se convierte en mercancía, en simple objeto que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se convierte en mercancía”.
Se puede decir que “el eros quiere remontarnos en éxtasis hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación” (DCE 5).
Evidentemente era necesario detenerse a explicar por qué se dice que el amor es “éxtasis”. Y en efecto, el papa Benedicto añadía que el amor es “un camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios” (DCE 6).
Ahora bien, el amor no es una utopía. Tampoco es simplemente un sentimiento. Benedicto XVI afirmaba que “el programa del cristiano -el programa del Buen Samaritano, el programa de Jesús- es un corazón que ve. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia” (DCE 31).
Más adelante, escribía que, en esta era de la globalización, “se puede contar con innumerables medios para prestar ayuda humanitaria a los hermanos y hermanas necesitados, como son los modernos sistemas para la distribución de comida y de ropa, así como también para ofrecer alojamiento y acogida. Así pues, la solicitud por el prójimo, superando los confines de las comunidades nacionales, tiende a extender su horizonte al mundo entero” (DCE 30a).
En esta época del relativismo y de los nacionalismos cerrados, estas ideas sobre el amor son una buena lección. Y pueden ser un estímulo para salir de nuestro egoísmo y tratar de recorrer ese camino de encuentro y de servicio a los demás.