Cada día su afán – EL DRAMA DEL HAMBRE

D. José-Román Flecha Andrés – (Diario de León, 03/02/2024)

Parecía que el hambre era tan solo un recuerdo histórico. Nos habíamos creido que la técnica y el desarrollo la habían superado para siempre. Las terrazas y los restaurantes están a rebosar. Todo el mundo piensa que es fácil alimentarse. Tendemos a ignorar las situaciones de necesidad más cercanas a nosotros.

Pero el hambre no ha pasado. Deberíamos preguntarnos dónde están los comedores de los pobres. Y cómo hacen para abastecerse. En realidad se han convertido en el reflejo de un drama de dimensiones universales.

La grave situación que describía Josué de Castro en su célebre libro Geografía del hambre se ha agravado por todas partes.  Muchos países son incapaces de superar ese grave problema que pone en peligro sus posibilidades de supervivencia y desarrollo.

Olvidamos este problema, delegando toda responsabilidad en los organismos internacionales. Solo lo recordamos con motivo de algunas campañas puntuales de solidaridad. Nos cuesta “suscribirnos” de forma permanente a un proyecto solidario.

Para los profetas bíblicos, entre las muchas cualidades y actitudes que definen al justo, se encuentra la de compartir el pan con el hambriento (Ez 18,7).

Tanto los discípulos de Jesús (Mt 12,1) como él mismo (Mc 11,12; Mt 21,18) pasaron hambre alguna vez.

A la bienaventuranza de los que hambrean la justicia (Mt 5,6; Lc 6,21), Jesús contrapone la malaventuranza de los satisfechos, porque tendrán hambre (Lc 6,25). El Maestro ejemplifica la suerte de los hombres con la parábola de un rico comilón y de un mendigo hambriento (Lc  16,19-20).

El Concilio Vaticano II reflejó el escándalo que supone la presencia del hambre en un mundo que tiene a su disposición tantas riquezas (GS 4d).

La campaña anual promovida por Manos Unidas nos exige algunas urgentes actitudes y decisiones:

  • Informarnos de la presencia de los hambrientos en el mundo y denunciar las causas que favorecen el hambre en este mundo del despilfarro.
  • Compartir nuestros bienes, investir en la creación de estructuras que favorezcan el desarrollo y orientar nuestra producción y nuestras compras con criterios solidarios.
  • Conceder nuestra confianza y nuestro voto a los políticas que se muestren más sensibles al problema del hambre.
  • No solvidar que los países desarrollados se han comprometido a colaborar en la promoción de los países en vías de desarrollo.
  • Favorecer una educación de las nuevas generaciones en los valores de la compasión y de la solidaridad con los hambrientos de este mundo.

No podemos olvidar que el Señor nos juzgará, a creyentes y no creyentes, por nuestra voluntad para dar de comer al hambriento o para negarle esa ayuda (Mt 25,35.42).